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No he leído con la suficiente atención a Adam Smith como para saber si del padre de la ciencia económica, que fue el primero en hacernos ver que la riqueza de las naciones descansa en el trabajo y en el esfuerzo, no en el oro, habló del préstamo como mecanismo esencial para que funcione el mercado. Fue Smith quien nos explicó que éste se regula de manera automática gracias a las leyes de la oferta y la demanda pero, respecto de endeudarse para hacer negocio, no sé qué podía pensar. Sí que recuerdo que allá por los años setenta del siglo pasado el presidente de una de las mayores empresas del país sostenía que quien no tuviese deudas no era nadie. Cuatro décadas después, nos encontramos con que los españoles, siguiendo ese mismo razonamiento, somos todos premios Nobel en economía de lo mucho que debemos. Y encima nos dicen que si la crisis sigue en marcha es porque todavía no nos prestan aún más.

Dos altos ejecutivos de la banca han reflexionado estos días acerca de los males de fondo del sistema financiero. José Ignacio Goirigolzarri, quien ha sido autor del milagro de recuperar Bankia de las cenizas en las que le dejó el gurú Rodrigo Rato, ese mismo del que nos libramos por un pelo de tenerlo como presidente del reino, sostenía que el mayor reto de la banca es la rentabilidad. Se trata, por supuesto, de una perogrullada: los bancos existen para ser rentables, no como servicio público ni templo de creyentes. Pero sorprende que, a estas alturas, eso sea todavía un reto. Desde nuestra ingenuidad, muchos creíamos que el verdadero reto de la banca era evitar que sus directivos la esquilmasen. A lo mejor una cosa y otra son lo mismo.

Isidro Fainé, presidente de CaixaBank, también se ha manifestado acerca de los problemas de nuestro sistema financiero, pero lo ha hecho cambiando por completo de tercio. Para quien ha heredado la gestión de La Caixa, lo importante es restaurar la confianza. Creo que si Adam Smith viviese en estos tiempos le daría la razón. Los gestores financieros, junto a la clase política, se han convertido en los apestados de hoy en día. Ambos han hecho, de forma colectiva en cada estamento, méritos sobrados para merecer ese triste honor. Ya estamos en que no todos los banqueros ni todos los políticos roban pero la cantidad de ellos que sí lo han hecho se basta para que la sospecha les alcance a todos. Las cosas no cambiarán mientras la desconfianza siga siendo el prejuicio desde el que miramos a los presidentes de las entidades financieras y a los ministros. Pero recuperar la credinilidad es más difícil que volver a ser rentable. Tomando en préstamo dinero del Banco Central Europeo y comprando bonos de cualquier país en apuros basta para hacer negocio. Conseguir que el ciudadano se olvide de las preferentes y las bankias obliga a algo más. ¿A qué? Ahí Adam Smith nos falla: no existe ninguna mano negra capaz de borrar de un plumazo nuestras muchas desconfianzas.

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