Como si se tratara de un nuevo paso de la Semana Santa, el despido de Jesús Cintora de Las mañanas de Cuatro ha hecho hervir las redes sociales de lloricas y palmeros beatos.
La decisión de Mediaset de prescindir del presentador que duplicó la audiencia del espacio que heredó de Marta Fernández a base de hashtags fáciles y resultones, tertulianos insufribles y opiniones aborregadas y aborregantes ha convertido en mártir a alguien que confundió su papel de presentador y moderador con el de opinador de todo. De absolutamente todo.
Nuestro Jesús crucificado se dejó llevar: devaluó su espacio hasta convertirlo en un panfleto insoportable, casi a la altura de Al rojo vivo, y Cintora llegó a creerse una especie de Ferreras, sin darse cuenta de que el peso específico (y especialmente económico) de uno y otro en las respectivas cadenas no era, ni de lejos, parecido: pocos pueden darse el lujo de tener un programa de televisión para decir lo primero que les pase por la cabeza y encima dárselas de gran periodista.
El tratamiento que Cintora daba a la información resultaba sensacionalista y sesgado, carente de todo rigor. A veces daba la sensación de que el guión estaba escrito por algún círculo de Podemos, con todo lo que eso supone.
Jesús se puso una túnica y se calzó unas sandalias, salió al huerto a sermonear al personal, a contestar y contrariar a los políticos desde su atalaya y sus delirios se mesianizaron y llevaron al Calvario.
Si el cese de Cintora por parte de Mediaset responde a esto último me parece acertado, aunque llegue tarde y el daño al programa esté hecho; si es la consecuencia de presiones políticas, en cambio y pese a todo, resulta inadmisible.