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La Semana Santa que Fellini se perdió

Si el director de cine italiano Federico Fellini hubiera conocido la Semana Santa Marinera de seguro que le hubiese encandilado y hubiera hubiese hecho una película en torno a ella. No le debió llegar noticia de su existencia, tan hermosa y brillante como desconocida, necesitada de mucha promoción. No hay manera de exportarla al corazón de esta Valencia tradicionalmente de espaldas al mar, de tanta mar que le sobra. Sí supo de ella otro director cinematográfico, Anthony Mann, cuando rodó en 1964 «La caída del Imperio Romano» aquí en España. La entonces concejala y «totofactum» de los poblados marineros, Pepita Ahumada, que pelaba siempre por estos barrios, se fue a Madrid y se trajo buena parte del vestuario de la película y hasta cuadrigas para darle brillantez, pompa y glamour a las celebraciones de Semana Santa, que en Valencia para vergüenza de los de la capital, es exclusivamente marinera, acariciada por la brisa del mar y tradicionalmente levantada a hombres por pescadores y trabajadores portuarios. En esta línea fílmica, atraídos por su amor al cine y viendo que lo de Semana Santa en sus barrios era de película, una peña de aficionados al cine «Admiradores Films» fundaría en 1926 la Cofradía de Jesús en la Columna.

En 1985, el escritor valenciano José Luis de Tomás ganaría el Premio Nadal de Novela con «La otra orilla de la droga», de la que se haría más tarde una película siendo el protagonista el hijo de Lola Flores, y que se desenvolvería entre las procesiones de esta Semana Santa tan valenciana.

Es nuestra Semana Santa como somos los valencianos, barrocos, a quienes nos gusta que todo nos entre por los ojos. Solemnes desfiles que la Iglesia quisiera penitenciales, pero el pueblo los quiere vistosos y galantes, llenos de color y espectáculo, como suele ser en todas partes la religiosidad popular, mal que les pese a los curas empeñados en convertir esta manera peculiar y autóctona de leer la pasión los valencianos de la mar en una Semana Santa castellana, sobria, austera y silenciosa. Todo lo contrario, los valencianos hemos sido y somos así. El escritor católico francés Paul Claudel diría aquí también: «No importa cómo llamemos a Dios, si lo ponemos a nuestra altura».

Como en las Fallas, a pesar de su peso en nuestra sociedad, no tenemos datos muy exactos del origen de la Semana Santa Marinera, al menos parecida a como se viene celebrando ahora va ya por los dos siglos de existencia. A principios del siglo XIX ya había desfiles procesionales entre las barracas de pescadores de la playa. Testigo de ello es la Corporación de Granaderos de la Virgen con su vistoso uniforme que recuerda el de los soldados franceses de Napoleón cuando ocupada Valencia escoltaban a la Virgen Dolorosa en su procesión En 1851 es sabido que ya procesionaba el Cristo del Salvador, patrón del Cabanyal. En 1872, el Cristo del Buen Acierto, del Canyamelar.

Las celebraciones populares religiosas semanasanteras fueron a más, excepto el período 1931-1939, interrumpidas por los gobiernos republicanos y la guerra civil, donde no se permitió ningún acto religioso público. Pasada la contienda, todo se reorganizó y con más fuerza. Una de las Corporaciones fundadas fue la de los Pretorianos en 1958 por los trabajadores de Unión de Levante, a la que pertenezco al hacerme Pretoriano de Honor. Son éstas unas grandes fiestas, acordes con nuestra antropología mediterránea, que nos describen cómo somos, amantes del desfile, de la pasarela y de revestirnos de cualquier cosa. Callejeros, plásticos, expresivos, pictóricos, coloristas y alegres, nada fúnebres ni amigos del mal tiempo.

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