El ritmo de destrucción del tejido productivo valenciano es alarmante. Desde los inicios de la crisis al día de hoy, más de 40.000 empresas han desaparecido, y esta sangría aún no se ha taponado. El ritmo de desaparición neta de empresas es de 17 diarias. Ciertamente que la mayoría son pequeñas y medianas, y constituyen esa parte del gran ejército de pymes que la Comunitat Valenciana siempre se ha enorgullecido en tener. El ejército de pymes valenciano permitía ser rápido, flexible, diferenciar al producto, ajustar con celeridad precios y productos a los mercados€ Era algo importante y único. Un sistema industrial con inconvenientes, pero que permitía trabajar, vivir y tender hacia la cohesión social. La avaricia de la construcción lo vino a deshacer todo. Pensar que reconvertirnos en agentes inmobiliarios nos haría ricos a todos, fue el gran engaño.

¿Y el futuro? ¿Queda algo de aquella imagen del bien-hacer que se tenía hace 25-30 años? Se sabe lo que se sabe; se sabe qué es el trabajo, qué es el producto, qué es el mercado, qué son las actividades complementarias, etcétera, y a todo ello hay que darle un impulso consistente en meter la ciencia en los productos y en los procesos. Algo que no se ha hecho hasta ahora, salvo en contadas situaciones. Insertar la ciencia en el sistema productivo va a significar otra revolución industrial que sitúe al País Valenciano en una nueva órbita productiva mundial. La ciencia es lo que va a hacer que se pueda aumentar el valor de los productos tradicionales y se pueda salir al mundo con cierta ventaja y garantía de éxito. No va a ser fácil. Va a exigir implicarse a todos, desde las instituciones hasta los políticos. Y cabe destacar a la universidad, principal hacedor de ciencia, con responsabilidad en este nuevo proceso que se presenta y gracias al cual, dentro de 25 años, nuestros nietos deben poder decir: «estoy orgulloso de que mis padres y mis abuelos fueran industriales, la ciencia ha ayudado a ser lo que somos».