Los entendidos saben de la dificultad que supone adaptar la riqueza del lenguaje narrativo y sintáctico de un clásico a una representación teatral. Mercé Rodoreda, autora de La plaza del Diamante, supo del proyecto en manos de Joan Ollé, director escénico, para teatralizarla, pareciéndole, entre cigarro y cigarro, una idea alentadora, estimulante, motivadora.

La biografía de Natalia „si prefieren, «Colometa»„ quedó marcada, como tantas, por esa época trágica que abarca desde la proclamación de la República hasta el final de la Guerra Civil. Este clásico es de lectura obligatoria en los institutos, pues su carácter marcadamente narrativo logra situarnos en la época.

Justamente esto, los matices narrativos, resultan harto difíciles de escenificar. Y ahí entra en acción el inconmensurable talento artístico de Lolita Flores, única protagonista de esta adaptación forjada hace 35 años.

Nos hace partícipes de ese tiempo vivido, no el de las hojas caídas ni el celaje, sino el suyo propio, ese tiempo de penuria y espíritu, consiguiendo situarnos en el corazón de sus historias, cargadas de dramatismo, ternura, inocencia, amor, incertidumbre, dolor, desdicha. Lolita consigue sumergirnos en la polifonía narrativa de «Colometa»: en su llanto y su mirada profunda, en ese decir roto y tantísimos gestos ricos en matices, en cada ademán y en su impecable caracterización, toda su piel transmite las entrañas de la singular protagonista de la novela.

También las expresiones catalanas las dicta con una perfecta dicción, quizá porque Antonio González Batista, su padre, además de catalán, vivía a escasos metros de la mítica plaza del Diamante.

Digámosles a los puritanos que La plaza del Diamante de Lolita Flores ajusticia escrupulosamente la novela original, y ese mérito carga en el haber de quien fuera Goya a la mejor actriz revelación en 2002. Sublime entonces que este monólogo logre retrotraernos a una historia de historias en donde «Colometa» nos sienta junto a su banco, desnudándonos el alma atormentada.

La catarsis de la obra alcanzará al público desde el minuto cero. Los ritmos marcarán un recorrido introspectivo durante 80 minutos, en donde las emociones y una buena cuota de amargura salpicarán más allá del proscenio. Es difícil traspasar la batería. Pero en eso, desde siempre, fue maestra este diamante artístico de nombre Lolita Flores.