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José Sierra

Las escrituras del agua

La lluvia primaveral ha traído, entre otras consecuencias, la inundación de los marjales desde la Albufera hasta Vinarós. Y más allá. También ha devuelto a los ríos parte del espacio perdido, recordando a muchos ciudadanos „ a algunos, a los que su coche fue arrastrado por el agua, de una forma un tanto traumática „ dónde están los verdaderos límites de la naturaleza. Y es que hay quien no aprende o no quiere aprender y quien cree que basta poner un poco de zahorra prensada y un cartel de aparcamiento para transformar un río en una campa para los coches; o construir decenas de viviendas en un marjal y esperar que las bombas que paga el ayuntamiento (todos los vecinos) sean capaces de sacar más agua de la que deja la lluvia o mana alegremente del suelo. Si todo falla siempre está la Confederación Hidrográfica para decirle que no sabe manejar las compuertas del Algar o que no permite la «regularización» de las viviendas en los marjales castellonenses.

Aseguraba un compañero, de una manera un tanto fatalista, que siempre ha sido así; que el hombre (la humanidad) ha buscado siempre los ríos y las masas de agua para asentarse y beneficiarse de ellas. Y es cierto, pero hay maneras y maneras de acercarse al agua, de convivir con ella, y desde luego la «invasión» del espacio del río nunca es una opción. Ni aquí ni en el Ebro, donde la mitad de las granjas y las explotaciones agrícolas más afectadas por la riada lo son por invadir dominio público, o mejor, el dominio del río. «Fíjate Alzira», me dijo, pero hasta donde sabemos, el casco histórico de Alzira, la ciudad primigenia, se ha inundado muy pocas veces mientras los polígonos industriales y el «terciario» salen a un remojón cada cinco años. Otro tanto podría decirse de la Valentia romana, tan cerca y a la vez tan a salvo del Turia. En fin, en cada riada hay lecciones aprendidas y también rápidamente olvidadas.

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