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Ciudades secretas

Paseábamos por el flanco soleado de Vicente Zaragozá cuando descubrimos otro mundo a la altura de la gran rotonda que regula el cruce con Tarongers y la autopista a Barcelona. Las ciudades, que son selvas a la carta, aunque se desconoce quién las escribe, ocultan claros propicios y, aunque aquella conjunción de solares y yermos es un tanto desvencijada, empezaron a aflorar un último jardín de algarrobos y pinos, una hilera de moreras vestidas de exuberancia, una jungla de flores, blancas y amarillas, que huelen a turrón? una vez me invitaron a una churrascada en una casa de Russafa: en el interior había un patio, sólo parcialmente domesticado, tan grande como la era de un marqués.

Solares: agricultura sin premeditación, vida extasiada. Es casi un alivio descubrir una patatal tan disciplinado como un batallón prusiano, cada planta en su caballón y cada caballón a la misma distancia del siguiente. Sobre el cierre del fondo se derrama la gloria de las glicinas. Los huertos sociales conocen su momento de triunfo, incluso junto a esa finca, repleta de gente próspera e ideología clorofílica, con las distintas plantas giradas con respecto a su eje: como un pastel metido en una centrifugadora. Las acequias, mutiladas, resurgen y traen una agua milagrosa, que aparece y restalla entre una sección de tubería y la siguiente.

Estamos en la ciudad y, más allá de las glicinas hay una comuna libertaria que ha ocupado una alquería y tiene bicicletas y niños y nísperos en plena producción. Hay una higuera plantada de hace poco. Se aplican a las tablas de verduras, aunque los lirios están demasiado lejos del agua. El urinario, que fue fontana por deseo de Marcel Duchamp, ahora es urna: «Votad aquí». Sigo por la calle que me retorna a la plaza de Benimaclet tras dejar atrás el Teatre Lluerna „mantiene programación durante las fiestas„, palmeras robustas libradas del picudo y otra alquería con más palmeras y dos higueras centenarias. Hay una casa esquinera cubierta de suficientes azulejos en trencadís como para alicatar todos los baños de Isabel Preysler: una desmesura que ya es arte.

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