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La patria de cada cual

Los valencianos no comparten patria, un concepto que se interpreta de forma individual

La curva de Laffer es una teoría económica según la cual el descenso de la presión fiscal propicia el incremento los ingresos del Estado o que, a la inversa, superado un límite en la subida de los impuestos la caja común se resiente aumentando el déficit público. Es decir, ruina. Trasladado a la política, al contexto valenciano y a las dinámicas que se sugieren en la izquierda, podríamos imaginar que si el PSPV disminuye su presión hacia la siniestra y achica espacios hacia el centro quizás logre que otros ocupen ese lugar beneficiándose indirectamente de esa retirada táctica. El efecto, que parece contraproducente para los intereses de Ximo Puig sería, sin embargo, beneficioso para sus ambiciones de alcanzar la Generalitat, en el supuesto de ser el candidato más votado de la izquierda -que está por ver- y que se complete el sudoku de un gobierno cuatripartito. Y es así porque para los socialistas parece indispensable, según los sondeos publicados, que la EU de Ignacio Blanco acceda al parlamento.

La clave, EU. A nadie se le escapa que en los próximos comicios locales cada voto cuenta. Entramos en la patria de la aritmética. Por caprichos de la Ley D´Hont, por la apretura de los resultados previstos y si EU entra en las Cortes Valencianas -según indican las tendencias demoscópicas la cosa está mal- la suma de PPCV y Ciudadanos puede que no supere los 50 escaños necesarios para garantizar una mayoría de gobierno configurado entorno a una alianza de centro-derecha. En ese escenario sería la izquierda divergente -balcanizada en 4 marcas distintas- quien podría construir un cuatripartito que permita montar el "mecano". Sin embargo, si EU no supera la barrera del 5%, automáticamente el reparto de escaños beneficiaría al partido más votado -todo apunta que el PPCV- lo que haría plausible la reválida popular en el gobierno. Eso si Albert Rivera así lo consiente desde la Gran Vía barcelonesa.

Valencia, capital de Barcelona. La importancia en la política, como en otras tantas otras cosas, está en los detalles pequeños. Begoña Villacís es una señora desconocida para el gran público. Una voz anónima en la jauría del debate público. Se trata de la candidata de Ciudadanos a la alcaldía de Madrid. El otro día, desde Las Palmas de Gran Canarias, esta integrante del partido starlette en el corro político español sentaba las bases de la posible continuidad de Alberto Fabra en la presidencia de la Generalitat -algo que reputados politólogos consideraban imposible y que hoy se comentará en los corros del acto en Madrid en el que se reconoce a los cabezas de lista autonómicos del PP-. La deriva de UPyD -que parece Gandia Shore- ha propiciado que sea una madrileña quien apunte desde el archipiélago canario la identidad del próximo presidente de los valencianos. Vino Villacís a decir que -por defecto, aunque luego ha sido matizada- la formación naranja apoyaría en cada circunscripción a la fuerza más votada. ¿Echa por tierra Begoña la ilusión de la izquierda de asaltar por fin los palacios? ¿Puede revalidar realmente el PPCV el gobierno valenciano tras su legislatura horribilis? ¿Qué clase de patria es la nuestra que no puede garantizar la soberanía política?

La patria. De un tiempo a esta parte muchos han revisitado el concepto de patria. La patria de uno es algo muy particular, como las creencias. El catálogo de patrias bascula entre la grandilocuencia y la nanopolítica, radica en el territorio o en sus hijos. Los valencianos no tenemos una patria compartida. De hecho nadie se atrevería con certeza a señalar a que patria se refiere Maximilià Thous cuando la jalea en el himne. Por ejemplo, ¿puede una patria carecer de bancos propios? ¿Puede adolecer de la simiente que que alimenta las gargantas o las ambiciones? En ese sentido la patria valenciana, pendiente de decisiones ajenas o sin un cimiento financiero, no sería tal. Ahora bien, ¿éramos más patria cuando existían la CAM o Bancaja? ¿Lo somos menos ahora cuando nuestras cuentas en manos de entidades catalanas? Y, realmente, ¿para qué queríamos unos bancos propios? ¿Recuerdan lo que hicimos con ellos?

Los bancos. Los bancos realmente no tienen patria. Además, en mundo globalizado y por tanto cada vez más deslocalizado lo importante ya no es donde se toman las decisiones. Porque los centros de decisión son vicarios y ni siquiera Madrid decide por la Comunitat. Quizás Bruselas. O Londres. O Bei Jing. La patria de los bancos está en la pulsión humana por el crecimiento exponencial, algo hacia lo que los españoles nos dirigimos de nuevo. Dicen los que realmente saben de economía -si realmente sabe alguien- que no hemos aprendido de los errores. En muy poco tiempo vamos a volver a ver grúas pululando en nuestros cielos y los bancos echándose a la calle a vender dinero -ya lo están haciendo-. El personal lo está demandando, y eso que todavía sufrimos la trágica resaca de Nerón. El gobernador del banco de España Luis María Linde, en cambio, ha dicho que patriotismo, más allá que la banca, es la austeridad de este gobierno. Lo de adaptar la patria a las costuras personales o ideológicas también está muy in. Para Pablo Iglesias la patria es la solidaridad, que es como decir que el cielo es azul. Eso sí, reivindica el término para la izquierda, que lo venía considerando un anatema.

Robo en San Mamés

Valencia ha externalizado los bancos, la soberanía política, la televisión y el fútbol. Ya sabemos que Montoro nunca vendrá a la CV de vacaciones y Ana Pastor sólo nos visita por cortesía porque las inversiones de Fomento nos agravian por su ausencia. Por eso le auguro un difícil porvenir al proyecto de Zona Franca para el Puerto de Alicante alumbrado por el vicepresidente del Consell José Ciscar. Que le pregunte a Lorenzo Agustí, exalcalde de Paterna, el ninguneo del que fue objeto su iniciativa para liberar un espacio libre de impuestos en su localidad pese a que el plan no requería de inversión pública y gozaba de firmes apoyos internacionales. Ahora habrá que añadir el nombre de Teixeira Vitienes a la lista de innombrables por escamotearle dos puntos al Valencia CF contra el Athletic al habilitar un lance ilegal. En el club valencianista urge una reflexión sobre su peso estratégico en el juego de tronos del fútbol español. Sólo falta que nos chuleen hasta los árbitros.

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