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Matías Vallés

La histeria del PP

El cambio climático se ha convertido en una de las principales amenazas para el desarrollo sostenible y representa uno de los mayores retos ambientales en el futuro». No es una cita del programa de Podemos, sino del recién horneado Manifiesto Electoral Autonómico del PP. Por supuesto, «ha sido este gobierno el que más claramente ha asumido un compromiso con la lucha contra los efectos del cambio climático». El citado ejecutivo viene presidido por Mariano Rajoy, el de «mi primo me dijo que los científicos no pueden garantizar el tiempo que hará mañana en Sevilla, ¿cómo alguien puede decir lo que va a pasar en el mundo dentro de 300 años?». No se trata de improvisar una censura armada de hemeroteca, pero el abrazo de los populares al cambio climático tampoco revela la modernización de su programa desde la superstición hasta la ciencia. Simplemente, se inserta en la larga lista de datos meteorológicos que confirman el desbarajuste imperante en el partido antes hegemónico de la derecha.

El PP ha caído en la histeria. Una exagerada impostación se ha adueñado de los dirigentes populares ante la indolencia sino indigencia de Rajoy, no deberían dejarle salir a la calle sin su pantalla de plasma. Los jerarcas de la derecha confunden el castigo que merecen con el reproche anunciado en las urnas, verificado en las europeas y por dos veces en Andalucía desde el lejano 2012. Es decir, el líder del PP sigue funcionando con los tres años habituales de retraso respecto de la realidad, hasta Bárcenas le pagaba impuntualmente según los célebres papeles.

Los populares exageran la dimensión de su desplome, porque nunca lo creyeron posible y para estar a la altura de la importancia que se atribuyen. En su concepción nietzscheana sin leerlo, la magnitud de la caída testifica las cimas olímpicas coronadas antaño por la formación.

El pánico excesivo al PP ha sido sustituido por el pánico excesivo del PP. Con sus carreras alocadas, los dirigentes populares contribuyen al retroceso de sus expectativas. Su fe en la derrota puede confundirse fácilmente con un deseo de materializar la inmolación. De momento, han logrado que cada vez se haga más cuesta arriba la imagen de cuatro años adicionales con Rajoy al frente del ejecutivo. Contrastan con sus vecinos socialistas, porque el PSOE ha optado por la resignación ante el agotamiento del bipartidismo, quizás porque afronta una catástrofe de larga duración.

El PP se aproxima al punto en que un partido tiene más problemas con su cargos que con sus militantes. El Gobierno anejo también ha traspasado la frontera entre la etapa mágica en que cualquier error rebota sobre la coraza, y la fase de descrédito en que todas las medidas que adopta se le vuelven en contra. Los populares escenifican su melodrama sin apearse de la concepción sobrenatural de su formación y de sus gestas, como si no se hubieran limitado a sustituir a un Zapatero desfondado. Esta inclinación hacia el esoterismo reviste el Manifiesto Electoral, cuando disfraza el capítulo sobre la corrupción de «Un pacto por el civismo», que pretendería «devolver a nuestras instituciones el prestigio que algunos han logrado empañar». El eufemismo «algunos», sin adscripción ideológica, marca el tope de Rajoy en el ejercicio de la autocrítica.

Por lo que se sabe hasta ahora, el PP se presentará a las elecciones, por mucho que Rajoy insista en que hay «demasiadas», previniendo así sobre los riesgos de un exceso de democracia. Sin embargo, el partido único se comporta como si deseara saltarse un año que considera fatídico y encarar 2016 bajo un liderazgo que seguirá siendo gallego, pero ahora apellidado Núñez Feijóo. El presidente de Galicia llega con una legislatura de retraso, en la tónica ya reseñada. Ha sobrevivido además a una campaña de desprestigio o smear campaign, en la que se desbordó el blindaje de la intimidad que ha caracterizado a la vida pública española.

El PP hubiera ganado las generales de 2011 con cualquier candidato. Esta evidencia le obligaba a seleccionar al líder más prometedor, pero se conformó con el más usado de los posibles. La baza de Rajoy se fundamentaba en contagiar su indiferencia, pero hoy polariza con tanta intensidad como Aznar. Desempolvar a Feijóo o improvisar un recambio con Soraya al estilo Rubalcaba son parches de emergencia, mientras el eslogan «Es la economía, estúpido» que llevó a Bill Clinton a la Casa Blanca en 1992 parece traducirse por «Si eres estúpido, solo tienes la economía».

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