Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El poeta bajo en colesterol

El 5 de abril, un escritor me confesó que «le faltaba colesterol», según el último análisis médico al que, voluntariamente, se había sometido. Al principio creí que bromeaba porque estábamos comiendo arròs amb fesols i naps. Sin embargo, era sincero. Me dio a leer el papel clínico. Al cabo de seis días, mera casualidad, coincidí en la barra de un restaurante con un promotor musical de atronador rock. Le comenté el drama del poeta (es un escritor poeta) bajo en colesterol, y me dijo: «A mí me sucede lo mismo. Y no es ninguna broma».¿Habrá una epidemia de ciudadanos bajos en colesterol?, pensé. Tras esta confesión, ambos continuamos con sendos bocadillos de blancos y pimiento verde frito. ¿Qué otra alternativa teníamos si nuestro colesterol está por los suelos, así como la fe en el establishment que ha demolido a España, autonomías incluidas? Uccellacci e uccellini (película de Pasolini): Pajaritos y pajarracos por todas partes. Esto es lo que pienso ahora „no cuando vivía Franco„: donde esté un Estado centralista bien organizado, que desaparezcan todos los virreyes pueblerinos, su costosa corte de honor y su inmenso y derrochador aparato burocrático.

Al llegar a casa, muy interesado por el colesterol, encontré una cartilla sanitaria de cuando cumplí con el obligatorio servicio military, aunque tenía los pies planos pero no se dio cuenta el teniente médico. Conservo un grato recuerdo del brigada Pechoabierto, tal era su apellido. Nos daba clases para conocer las piezas del mosquetón nazi Mauser Modelo 1943. No sabía dónde estaba el gatillo.

Leí que el médico militar adscrito al Ejército del Aire halló ácido úrico en mi análisis: (8'1), cuando el tope, a la sazón, estaba en 7. Y eso que entonces no ejercía el periodismo culinario. Tampoco comía, regularmente, vísceras ni marisco. Sólo sopas de ave con estrellitas. Y el infecto rancho del cuartel. El teniente médico me recomendó lo que debía comer para disminuir mi tasa de ácido úrico y así estar en forma ante una hipotética invasión de la Unión Soviética. Carne, asada o a la parrilla. Pescados, asados, cocidos o al horno (merluza, lenguado, gallo, rape, lubina, rodaballo, trucha). Las legumbres secas (judías, garbanzos, lentejas.), contraindicadas: «Y si las comes, en puré, recluta», sentenció. «Nada de coliflor, muy poca sal y cero especias». Los tabúes continuaron: Prohibiciones absolutas: «Caldos fuertes o grasos, hígado, sesos, mollejas, riñón, corazón, caza, anguila, lucio, arenque, salmón, caballa, pescados grasos y azules, crustáceos, moluscos, caviar y otras huevas de pescado».

Además, fuera las espinacas y las bebidas alcohólicas, excepto la cerveza. Muchos años después llegué a la conclusión de que el ácido úrico no me lo había causado el maravilloso caviar pre Jomeini porque sólo comía diez o doce cucharadas de café al año, en sueños, mientras estaba de guardia en una garita de la avenida del Cid. Entonces, ¿por qué aquel analista militar me detectó ácido úrico y nunca jamás se me ha descubierto ese mismo ácido en el denominado torrente sanguíneo?

Año 2015. La paranoia por una alimentación saludable aburre. Y, además de un inmenso negocio, encubre un componente religioso asociado al complejo de culpa y de pecado. Cuando alguien se muere (el culpable es siempre el cadaver), como si la muerte fuese una decisión voluntaria y no fatídica, salvo la de ese piloto alemán „loco como una cabra„ y sus inocentes víctimas del pasaje. «La fecha de la muerte figura, por lo general, en el D.N.I», me comentó un médico racionalista. Sí, la responsabilidad es siempre del muerto porque, a menudo, se le acusa de su propia muerte porque comió muchas salazones y all i pebre, abusó del marisco (antes de la crisis), la paella, las paletillas de cordero, el arròs amb fesols i naps y los embutidos. Y jamás pedaleó por el carril bici ni corrió maratones solidarios.

De momento, estoy vivo, a pesar de los pesimistas pronósticos de aquel facultativo chusquero, ya fallecido. Y tan bajo en colesterol como mi amigo el poeta.

Compartir el artículo

stats