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De niños y príncipes

De verdad que hay veces que me niego a darle muchas vueltas a determinadas cosas. A veces me pongo a pensar en sobre qué escribir una columna y se me ocurren un montón de temas interesantes, hasta que consulto el calendario seriéfilo y descubro algunos hitos que obligan a dejar las genialidades que nunca saldrán de mis dedos en el cajón de las cosas abandonadas. Ya sabéis, la realidad es tozuda. Resulta que esta semana Telecinco estrena la segunda temporada „ojo ahí„ de El príncipe. En este caso, nos pasa algo parecido al fenómeno Allí abajo-Ocho apellidos vascos pero al revés. La gallina fue antes que el huevo en esta ocasión. El éxito de El niño bebe del éxito de El príncipe. Lejos de mi criticar la serie en sí, pues tiene buenas críticas y al menos por lo poco que he visto no parece que sea tan oscura como la inmensa mayoría de las series patrias. Eso ya es un avance. Pero me sorprende y me duele la comparativa. Esta misma semana también estrenará Canal + Series, en versión original subtitulada, la segunda temporada de Silicon Valley. Igual decís, que seguro que ya me caláis, que es que soy demasiado crítico con la ficción española, con los niños y con los príncipes, y demasiado «fanboy» de la ficción estadounidense. No os equivocaréis. Pero comparar una serie de Telecinco con una de HBO es como comparar... qué sé yo, el oro de 48 kilates con bisutería. O algo así. No sé, no se me ocurría ningún ejemplo que no fuera ofensivo, y eso habla mucho, y nada bueno, de la opinión que tengo sobre El príncipe y su heredera directa, El niño. Entiendo, eso sí, que puedo ser una isla en un mar de audiencias exacerbadas, pero creo que somos muchos los que necesitamos algo más que el habitual desfile de caras más o menos bonitas por las pantallas patrias para engancharnos a una serie. No sé. Llamadnos locos. O seriéfilos, que ahora que lo pienso viene a ser un poco lo mismo.

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