No es una cuestión política, ni legislativa, ni judicial. Es una cuestión puramente humana, una reacción atávica, un instinto. Al español que rebasa los cuarenta se le rechaza para trabajar igual que se le rechaza para novio: por viejo. Uno puede hablar como a los treinta, vestir como a los treinta, conducirse como a los treinta, forzarse a pensar como a los treinta, y el prójimo simulará que se deja engañar, pero sólo si la caridad le sale gratis. En cuanto el provecto joven, animado por el efecto de su trabajadísimo disfraz, extienda la mano para pedir un empleo, las caras „automática, instantáneamente„ se convertirán en espaldas. El parado cuarentón o cincuentón „del sesentón mejor no hablemos, porque tampoco se trata de arrancar lagrimones al respetable„ está perdido porque tiene mucha gente delante y muchísima detrás; porque no es anciano pero tampoco mozo, sino de «mediana edad» „la peor edad, por mucho que se afirme lo contrario a instancias de intereses diversos y generalmente malintencionados„; porque su aptitud y su experiencia son engullidas, en cuanto las ofrece, por la selva de lozanías ilusionadas, de titulaciones rutilantes y de vejestorios con influencia. Al español de cuarenta y cinco, de cuarenta y nueve o de cincuenta y siete no se le supone adecuado para empezar nada, ni tampoco útil para un puesto con cierta proyección. Al parado español de mediana edad no se le considera: únicamente se le prejuzga. Los recién titulados ven empresarios; los carcamales con enchufe ven amigos; pero los que atraviesan la madurez en paro ven espaldas. El mundo se les desmenuza en espaldas a millares, y cada espalda es un mundo. Espaldas inesperadas, espaldas descomunales, espaldas a traición; espaldas inverosímiles, espaldas inauditas, espaldas insólitas; espaldas previsibles y espaldas imprevistas; espaldas bochornosas y espaldas lacerantes; espaldas arriba y espaldas abajo; espaldas a la derecha y espaldas a la izquierda. El español que se queda en paro mientras rompe su cuarta o quinta década no tiene ante sí más que la pesadilla de las espaldas o las espaldas de pesadilla.