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Lenguas extranjeras

Leo una noticia que en absoluto debería sorprendernos. El número de estadounidenses que no hablará ningún otro idioma que no sea el inglés va a crecer con seguridad en los próximos años. Varios Estados de la Unión han tomado ya o se disponen a tomar medidas que permitirán a los jóvenes optar por un lenguaje informático en lugar de estudiar una lengua extranjera. Se impone la razón económica, lo único que parece contar en esta época. Aprender un lenguaje informático y convertirse, por ejemplo, en programador facilita encontrar trabajo y ayudará a las empresas estadounidenses a competir mejor internacionalmente, dicen los partidarios de la medida. Code org., organismo dedicado a la promoción de las tecnologías de la información, explica que para 2020, para casi millón y medio de puestos de trabajo en empresas estadounidenses se requerirán conocimientos de informática y se prevé un déficit de casi un millón.

Los norteamericanos, como los anglosajones salvo honrosas excepciones, van por el mundo convencidos de que todos hablan ya o deberían hablar inglés o al menos eso que algunos llaman globish. Es éste un inglés sólo para entenderse que está a años luz de la extraordinaria riqueza de matices y la enorme profundidad de la lengua de Shakespeare. ¿Para qué estudiar otros idiomas o molestarse en aprender más que las mil y pico palabras básicas necesarias para hacer un negocio o firmar un trato?, parecen pensar muchos.

¿No lo estamos viendo también en este país, donde la única lengua extranjera que parece interesar a nuestros políticos para su enseñanza en las escuelas es la lengua del imperio? ¿No quiere Esperanza Aguirre que en las escuelas se den las clases prácticamente de todas las asignaturas directamente en inglés? Dice nuestra gran liberal que con el inglés se interiorizan además unos valores. ¿No se trata precisamente de eso, de adoctrinarnos, porque se tratará de un inglés que servirá entre otras cosas para absorber la publicidad que nos inunda diariamente y que se expresa mejor en ese idioma?

¿Dejaremos el español en la escuela sólo para el patio de recreo del mismo modo que en la época del zar la aristocracia rusa hablaba entre ella en francés y sólo utilizaba el ruso para dar órdenes a sus sirvientes? ¿Qué les importa a nuestros liberales que con el olvido de otras lenguas vaya a perderse tal vez para siempre toda la riqueza, la enorme diversidad cultural de un mundo que, como previó ya en su día Stefan Zweig, va a volverse así cada vez más monótono y previsible? ¿Qué les importa, si de lo único de que se trata es de seguir impulsando el consumo con fáciles eslóganes que todo el mundo pueda comprender? ¿No se está eliminando también en nuestras escuelas la filosofía, no se están olvidando en general las humanidades? ¿No forma todo parte del mismo proyecto de evitar que nos hagamos demasiadas preguntas?

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