Mi admiración por Eduardo Galeano llega desde América Latina, con sus venas abiertas, Las venas abiertas de América Latina, y pasa por los abrazos de su hermoso libro El libro de los abrazos, para acabar de comprender el mundo. Dice Galeano que cada persona brilla con luz propia entre todas las demás, que hay fuegos grandes y fuegos chicos, pero que algunos ni alumbran ni queman, mientras que otros arden la vida con tantas ganas que no se pueden mirar sin parpadear, y quienes a ellos se acercan, se encienden. Así era el fuego de Eduardo Galeano.

Galeano, con menos de veinte años, quería escribir y, algunas de las veces, le llevaba cuentos por él escritos a Juan Carlos Onetti „otro grande de la trilogía uruguaya, Benedetti, Onetti, Galeano, acompañados por el juglar Viglietti„ que le decía: «Mira pibe, si Beethoven hubiera nacido en Tacuarembó (capital de departamento uruguayo), hubiera llegado a ser director de la banda del pueblo». De esta manera lo estimulaba, consciente de que en otro lugar lejano hubiera recibido mayores reconocimientos de los que le llegarían. Entre otros, el Stig Danerman, sueco, o los de la Casa de las Américas.

Eduardo Galeano, como todos los uruguayos, quiso ser jugador de fútbol, y jugaba muy bien. Claro, mientras dormía, aclara Galeano, quien añade que, como buen aficionado, lo hacía por placer y no por deber, con la belleza que nace de la alegría del jugar porque sí. Hoy el juego se ha convertido en un espectáculo, y éste en un negocio de los más lucrativos del mundo, donde se juega para impedir que el otro juegue y la fuerza atrofia la fantasía. Así se prohíbe la osadía, aún cuando, por suerte, de tarde en tarde, añade Galeano, aún aparece algún «descarado» que se sale del libreto y comete el «disparate» de jugar con libertad.

Como también aficionado disfruté de la lectura de El fútbol a sol y sombra, en el que, según Manuel Rivas, Galeano transforma el gol en una pequeña parábola bíblica, afirmando que en el alma uruguaya no hay quien no se considere doctor en tácticas del balón y erudito en su historia. Sus hondas raíces alcanzan al maracanazo, del que este año se conmemora el 65 aniversario, victoria en la final del Mundial de 1950, frente a Brasil, 1-2, en Maracaná. Relata Galeano, que, cuando juega la celeste, la pasión futbolera uruguaya se destapa, se corta la respiración, callan la boca los políticos, los amantes detienen sus amores y€ hasta las moscas paran el vuelo.

Con la muerte de Galeano, nos quedamos sin un referente obligado, desde el compromiso por la reivindicación social al deportivo, «ganamos, perdimos, igual nos divertimos». Sólo el recuerdo de Galeano, «re-cordis», volver a pasar por el corazón, nos permitirá sobrellevar su ausencia.