Los valencianos de a pie estamos de enhorabuena. Todos los políticos nos mojan la oreja con promesas electorales (que como le dijo Felipe González a Baltasar Garzón, según cuenta el juez, están para no cumplirse). Nos pintan una arcadia feliz, un panorama „tras los sucesivos descalabros sociales y ataques indiscriminados a indefensos colectivos„ despejado e idílico. Nos han recitado la cantinela de la transparencia hasta la saciedad, cuando los que mandan siguen negándose a aportar los documentos de contratos públicos requeridos en sede parlamentaria. Como malos estudiantes, siempre intentan hacer los deberes el último día para conseguir un aprobado raspado.

El preludio electoral marca una época luminosa. La marcha atrás de algunos castigos presupuestarios, el levantamiento temporal de algunos recortes inadmisibles, los vagos anticipos de prosperidad, las visitas fugaces a mercados en mangas de camisa y las proclamas desde los púlpitos catódicos pretenden contagiarnos de su desatada euforia.

Nos hacen ver incluso que van a hacer limpieza entre los traficantes de divisas: los evasores fiscales. En vísperas de los comicios de mayo, después de amnistiarlos impunemente hace tres años, van a poner firmes, pregonan, a los 32.000 españoles que guardan sus caudales por ahí fuera y que atesoran 40.000 millones de euros. Se cebarán en un par de tipejos y creeremos que estamos a salvo de esos tipos egoístas que se jactan de ver como vecinos suyos escarban en el cubo de sus basuras. Una película documental, acabada de presentar „En la mítica terra dels prodigis, de Javier Quintanilla y Frederic Ibáñez„ narra como los grandes eventos y las obras faraónicas fallidas se merendaban los fondos para erradicar la plaga de los barracones escolares en poblaciones como Náquera.

Nos riegan los oídos con códigos éticos y con listas electorales libres de imputados (investigados, como se les llama en el nuevo argot) y nosotros saborearemos esas palabras en este mes y medio de rebajas electorales. Se untan de un barniz humanitario al abrir los centros de salud a algunos inmigrantes, al pagar un cheque para el recibo de la luz a algunas personas que viven a oscuras o al ofrecer una ayuda puntual de 400 y pico euros a medio millón de futuros votantes.

Los «seres humanos normales», como nos llama cariñosamente Mariano Rajoy, nos dejaremos embaucar de nuevo. Siempre habrá alguien peor en la misma escalera. Los que no dormimos en un cajero, no somos discapacitados abrasados por el copago o no tenemos Hepatitis C no tenemos nada que temer. Nos pueden esquilmar de nuevo con su mala gestión y con sus prácticas corruptas. La recuperación económica „a su medida„ que nos están vendiendo ofrece más de lo mismo pero envuelto en papel de regalo.