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Angustias de un nuevo ser

Movimientos previos: por un lado, diferenciar la propia opción para que el elector pueda distinguirla, con fuertes codazos a los competidores (nadie cree en programas); por otro, ir tendiendo a la vez puentes virtuales con esos mismos posibles aliados, para preparar los ánimos. Estos movimientos serían las contracciones. En paralelo, hacer listas, tratando de encajar los empujes de los aspirantes, evitando que rompa la membrana del partido, un proceso convulso y angustioso, como todo tiempo prenatal. Sería el encaje en la cavidad pélvica. Luego elecciones: desbordamiento del proceso por la fuerza suprema de los votos en las urnas, que remansa en escrutinio y resultados. Es la rotura de aguas. Después, con los pactos, nace un nuevo sujeto político. Es el parto del poder (antes de los pactos era nasciturus), tan angustioso y emotivo como todos. Pero ahora estamos en las contracciones.

El cuerpo. Le pregunto al maestro Vindio sobre el asunto de los grandes corrimientos electorales anunciados, con la alarma que esto genera en alguna gente, y me dice que lo que cuenta de verdad es el cuerpo. El cuerpo de quién, le digo, y responde que el cuerpo electoral. Según él, la temperatura del cuerpo electoral en España se ha mantenido más o menos constante desde hace 40 años, a pesar de las borrascas, las olas de calor y los cambios de clima, y ése es nuestro factor de estabilidad. Le digo que, sin embargo, ahora da la impresión de que le está subiendo la temperatura, y en ese caldo de cultivo aparecen opciones como Podemos, y él se echa a reír. Me vuelve a decir lo de la temperatura corporal, y que cualquiera que pretenda alojarse en ese cuerpo tendrá que bajar su calentura, hasta ponerla al nivel de la de los electores, so pena de no llegar a tenerlos o de perderlos en cuatro días.

Involcable. Al final, la estabilidad de cualquier cosa depende de que pueda volcar o no. En ese sentido, la estabilidad política de la sociedad española queda acreditada por la ausencia de vuelcos. Se mueve, tiembla a veces, entra en ebullición, ruge, se balancea, cambia de coloración, de forma, pero no vuelca. De hecho no ha ocurrido nunca desde 1977, hace ya casi cuatro décadas. Al único cambio radical aparente en el electorado, el de la amplísima victoria del PSOE en 1982, contribuyó el total desfondamiento de UCD que, tras haber prestado un enorme servicio en la transición, cumplió su efímero destino de «molde a la cera perdida». El electorado español se parece, así, a un tentetieso, y su base aplomada es Andalucía. Es pronto para sentenciarle al bipartidismo una supervivencia que no se merece. Pero lo que está claro es que para enterrarlo no bastan cuatro eslóganes.

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