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Dentro de algunos años

El director general (A), el jefe de recursos humanos (B) y el asesor externo de selección de personal (C) conversan sobre la incorporación de un ejecutivo. A: bien, estaremos de acuerdo en que su currículo es el mejor, y siendo aún joven acredita experiencia. B: estoy de acuerdo; sólo está ese feo asunto? A: ¿asunto?, ¿cuál?. B (a C): explíquelo usted mejor. C: todas esas frase en foros y redes, hace bastantes años; son propias de un verdadero energúmeno y estropean el perfil (lee algunas). A: ya, pero todos hemos sido jóvenes, ¿no cree? B: pensamos que bajo la creencia que había entonces en el anonimato (sonrisa irónica), podrían definir una personalidad inconveniente para el puesto. C: como es natural, hemos encargado un análisis al departamento de psicología, y ésta es la conclusión (la lee). A: entiendo; ¿quién es el siguiente candidato?, ¿han rastreado también su paso por los foros?

El último refugio. Anda la gente azotada con el asunto del espionaje que los televisores inteligentes realizan sobre el usuario, pero tenía que llegar, pues la tecnología, como todo poder, está animada por la voluntad de saber. Una vez que a través de las videocámaras sabe lo que hacemos en la calle, las gasolineras y los cajeros, que a través del navegador sigue nuestro trayecto en el coche, que a través de internet conoce nuestros gustos y vicios, que a través del e-mail entra en nuestra correspondencia y que a través del móvil escucha las conversaciones y sabe dónde estamos, la voluntad de saber quiere vernos en el salón de casa, en zapatillas y pijama, sin modales y en posturas zafias cuando no procaces, y a ser posible también en el dormitorio. ¿Qué lugar retirado le queda a la intimidad? La respuesta es obvia. Además la etimología de retrete es esa: retirado.

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