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Una mutualización honrosa

Estamos viviendo algo más que un final de ciclo en lo que a la financiación autonómica se refiere. El pasado jueves oíamos entre la sorpresa y el estupor como José Manuel Vela, el máximo responsable del proceso negociador que condujo a la firma por parte de la GV del acuerdo de financiación de 2009, persona que acabaría siendo conseller de Hacienda con Camps, abjuraba del modelo. Como si su gestión de años en la GV nada tuviera que ver con la deuda que arrastramos, Vela se ponía a la cabeza de la manifestación y hablaba, nada más y nada menos, de denunciar al Gobierno si no cambia la financiación actual, que es la misma que él aceptó y firmó en nombre de los valencianos. No es el momento de descalificaciones, pero admitamos que vivimos en una época y en un país donde nadie es responsable de nada. La argumentación se repite a lo largo de la piel de toro, bien «yo no sabía», bien «me engañaron». Todo antes de reconocer un error, cosa que dice poco del rigor intelectual de parte de nuestra clase política.

Dando por buena la última información del sucesor de Vela, la buena noticia es que a finales del año pasado quedaban unos 1.300 millones de euros pendientes de pago por parte de la GV y que éstos se liquidarán entre abril y junio con la nueva transferencia del FLA que se incorporarán al presupuesto del 2015. Nada menos que cuatro ejercicios presupuestarios habrá durado el afloramiento de unas facturas que incomprensiblemente dormían en los cajones autonómicos. Ojalá hayamos tocado fondo.

Con estos mimbres „40.000 millones de deuda a nuestra espada„ los valencianos iremos a votar, aunque los que elijamos sabrán que casi un 70 % lo soporta el Estado, con lo que no está muy claro lo que puede significar gobernar la GV. Aunque últimamente se ha generalizado el victimismo, con la consiguiente adjudicación de responsabilidades únicas a Madrid „ya que por lo que se oye aquí las trasferencias se «negociaron muy bien y con rigor» y cuando llegaron las partidas «incluso se administraron mejor» y sin «ningún despilfarro exagerado»„ ha llegado el momento de reconocer la realidad. Los hechos dicen que la GV ha recibido desde 2012 hasta finales de 2014, la friolera de 29.000 millones de euros en préstamos. Para que se entienda, nada más y nada menos que unas tres veces los ingresos que recibió a lo largo de todo el 2014. No nos engañemos, esto no se resuelve con simples modificaciones de detalle. El problema es estructural.

Para no singularizarnos demasiado, la GV, al igual que la Generalitat catalana, ha podido gestionar sus servicios gracias al ritmo constante de ayuda que llegaba de Europa vía el Gobierno central, lo que significa que afortunadamente todavía hay alguien interesado en salvar los restos del naufragio. A lo largo del Mediterráneo se hicieron planes, sin tener en cuenta que podría venir una crisis muy seria y sin que pasara por la cabeza de nadie que podía haber más ladrillos y corruptos/ineficientes por metro cuadrado de los que podíamos aguantar. Reconozcamos que a la GV le ha ido sacando las castañas del fuego el Gobierno central. Se dijo que no habría FLA para 2015; después que sólo bajo determinadas condiciones; a continuación se puso el interés al 0 % y al 0,8 % para los próximos diez años; le siguieron con determinados períodos de carencia; luego se ampliaron las partidas que el FLA iba a atender, porque, si no, se paraba la GV. Conclusión: a fecha de hoy, un 70 % de la deuda de la GV está en manos del Estado.

Aunque verbalizarlo sea considerado una incorrección, que el FLA se haya podido mantener ha sido providencial para valencianos y catalanes, con independencia de las razones que puedan justificar su necesidad. Dicho lo cual, hay que añadir que es una situación equivalente a una explosión controlada del estado de las autonomías. Unos piensan que ha sido una maquiavélica jugada del Estado centralista. «Hundir las autonomías para hacer ver que luego las salvan», ha quedado escrito por un buen amigo y paisano con sillón en el Consejo del Banco de España. «Con la excusa de la crisis, el Gobierno ha iniciado un proceso de recentralización», en palabras de un miembro de la comisión de expertos de Les Corts. Uno, más ingenuo, piensa que todo se reduce a pura insolvencia y falta de previsión a la hora de asumir transferencias. No sigamos por ahí, ya que no toca hablar de pasado, sino de futuro y soluciones.

Antes, o simultáneamente, de abordar un nuevo modelo de financiación, la GV debe saber qué hacer con su deuda y la única solución parece ser que el resto del Estado acepte alguna forma de mutualización de buena parte de ella; es decir, que de una forma u otra pase a ser una deuda del conjunto de los españoles. Naturalmente esta no es una necesidad exclusiva de los valencianos, sino también de otras autonomías como la catalana.

El lector habrá observado que en vez de utilizar la palabra quita uno se ha decidido por mutualización, pues afortunadamente intentar negociar con el Estado al que uno pertenece es algo más reconfortante que hacerlo con los bancos. En nuestro día siguiente, quienes estén al frente de la GV deberán tener suficiente autoridad moral para plantear al resto del Estado una mutualización de esta deuda que poco tiene que ver con la quita que aquí se viste de lastimera «deuda histórica». La situación no pasa por reclamar al resto de España una borrosa deuda, que por cierto cada una de las autonomías revindicará para si mismas, ni por abrir heridas tan burdas como la de «Espanya ens roba», sino por plantear la posibilidad de una mutualización, que evidentemente no será fácil. Esta medida sólo será posible si se considera como un punto final de la organización autonómica que nos dimos y si permite iniciar una reforma constitucional que defina los términos de un Reino de España federal.

No nos engañemos sobre lo que oiremos con tres tipos de argumentos, a cuál de ellos más desagradable para nosotros: «así no estamos tan mal, «haberlo pensado cuando despilfarrábais» y «nosotros nos vamos». Tras lo que hemos vivido los valencianos, deberemos asumir las flaquezas propias, demostrar coherencia y negociar con orgullo y cabeza.

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