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Julio Monreal

Maltrato en máxima audiencia

Si se piensa un poco, no resulta tan extraño el fenómeno «león come gamba» que ha convertido a un chaval valenciano de 18 años en un caso de masas.

Nunca había visto «Masterchef». Entre periodistas se suele decir que al lector no le importan las circunstancias en las que se obtiene la información que se ofrece, y con la cocina, a este escribiente, le ocurre lo mismo: le parece irrelevante cómo se guisa, o al menos le resulta pesada una larga explicación sobre el plato mientras el resultado sea satisfactorio.

Pero el menú de «Masterchef» se sirve con crueldad, casi con violencia y desde luego con maltrato. Parece mentira que una cadena pública a la que el Gobierno de Rodríguez Zapatero le quitó la publicidad y le asignó un presupuesto estable para que, entre otras cosas, no peleara por la audiencia con las privadas, incurra en uno de sus programas estrella en constantes muestras de una violencia verbal y un maltrato psicológico que condena en sus telediarios en aplicación de su código deontológico y de las normas más elementales de respeto a los espectadores.

No hacía falta hacer llorar a un chico de Ontinyent que estudia Medicina, Alberto Sempere, por dejar medio cruda una patata esculpida en forma de cabeza de león con bigotes de azafrán. Ni hundirle en la miseria por haber ocupado él un puesto en la final mientras 15.000 aspirantes se quedaron en puertas. Eso es culpa de ellos.

El trato que el jurado inflige a los concursantes no es duro sino abusivo; no es exigente, sino cruel; y contrasta con otros programas de búsqueda de talentos («talent show»), como La Voz de Tele5, en el que incluso los eliminados se llevan una catarata de agradecimientos y mensajes de ánimo al tiempo que reciben un beso o una caricia de manos de ídolos de talla internacional como Alejandro Sanz o Laura Pausini. Lo mismo que entre los fogones. ¡Bah!

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