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¿El final de Rajoy?

Que las aguas bajan revueltas en el Partido Popular, después de los pobres resultados obtenidos por los conservadores en Andalucía y de la iconografía que ha acompañado la detención y posterior puesta en libertad de Rodrigo Rato, ya nadie lo duda. En la calle Génova se da por hecho que las elecciones de mayo van a ser desfavorables, lo cual intensificaría la presión sobre Mariano Rajoy de cara a las próximas generales. Uno de los rumores mediáticos que circulan habla de una transición suave frente a la resistencia numantina del político gallego. La lectura sociológica sostiene que la reserva moderantista del país esa clase media que todavía existe prefiere el cambio tranquilo al inmovilismo o los saltos al vacío. Las expectativas electorales de Podemos se desinflan al mismo ritmo que crece la economía; el soberanismo catalán se estanca, aunque diste mucho de haberse desactivado; las perspectivas del PSOE pueden estar mejorando. El ejemplo del rey Felipe resulta evidente. Hace dos años, la Corona sufría el acoso progresivo del descrédito. Una parte de la sociedad acariciaba la opción republicana, mientras las encuestas de opinión dibujaban un futuro no muy halagüeño para la monarquía. La abdicación de don Juan Carlos facilitó un cambio de tendencia: un rey joven para un país sociológicamente distinto al que surgió de la transición. En ocasiones, la imagen crea el tono y el tono apuntala la realidad. Frente al modelo republicano, que supondría demoler por completo la Constitución del 78, España optó con éxito por un cambio controlado. Desde la entronización de Felipe VI, la popularidad de la Corona no ha hecho sino crecer.

Algo similar ha sucedido en Andalucía, donde se ha elegido la continuidad representada por una nueva lideresa, Susana Díaz. La pregunta por la corrupción de la Junta es pertinente y cabe plantearse qué resultados habría cosechado el PSOE andaluz si no hubiera sustituido a Juan Antonio Griñán (o antes a Manuel Chaves). La política no es una ciencia exacta pero seguramente, sin ese relevo, el recorrido de Podemos habría sido superior. Hay un desgaste en la imagen que es propio del paso de los años, incluso del cansancio provocado por la sobreexposición mediática. La aceleración es una característica de nuestra época.

Asustados por las encuestas, el discurso del cambio ha penetrado en los círculos de decisión del PP. Se habla ya de la designación de un candidato distinto „Soraya o Núñez Feijóo„ para las próximas generales, suponiendo que las autonómicas sean una catástrofe. Cuestión de imagen, se dice; de rehacer una marca deslucida por la falta de discurso político durante esta última legislatura. Si los casos de corrupción han puesto en entredicho el relato central del aznarismo prosiguen, no se puede seguir con alguien que fue designado por el propio Aznar. Diríamos que el cambio tranquilo exigiría una nueva candidatura, alejada generacionalmente de las manchas del pasado. La reforma de la Constitución por parte de los partidos de la estabilidad, con Ciudadanos cumpliendo el papel de bisagra, a fin de rediseñar el Estado de las Autonomías, dar respuestas al nacionalismo periférico y asentar un modelo institucional más transparente, formaría parte de la misma ecuación. ¿Cuánto hay de realidad en esta hipótesis y cuánto de tertulia de café? No lo sabemos, pero seguramente más lo segundo que lo primero.

Rajoy está decidido a resistir y cuenta con argumentos para ello, puesto que al final, en política, lo único decisivo son los equilibrios de poder. Pasadas las elecciones autonómicas, catalanas y generales, se impondrá la realidad parlamentaria, mucho más compleja que la actual y, seguramente, abocada a algún tipo de proceso constituyente. Todo lo demás son elucubraciones ociosas a la espera del gran baile del poder.

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