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La gran razón del pacto valenciano

Con independencia de los resultados electorales, enfrentar la deuda del día siguiente ya debería haber sido un tema de consenso, pero desgraciadamente nuestros políticos nada han avanzado hasta hoy. Un amigo cuyo voto para el día 24 depende de la coherencia de las propuestas de los partidos sobre como van a abordar la deuda de 40.000 millones de la Generalitat Valenciana (GV) tiene serias dificultades para tomar una decisión. Su conclusión es que o vota de oído o se abstiene, ya que ninguna idea factible ha surgido.

Ni el ansiado nuevo modelo de financiación va a rebajar por si mismo la dimensión de la cifra acumulada durante años, ya que en el mejor de los casos sólo evitara déficits futuros; ni el incremento sucesivo de los préstamos del FLA del Gobierno central que en breve poseerá la totalidad de la deuda, garantiza la continuidad de la GV; ni distinguir entre deuda legitima e ilegítima tiene virtualidad alguna, ya que a estas alturas no hay forma humana de saber de una u otra, cuando ya no están ni los que la generaron, ni los que la financiaron; ni pedir una auditoría de esta deuda con la colaboración de la Sindicatura de Comptes, cuando ésta en sus sucesivos informes anuales tiene ya perfectamente detallados los orígenes y usos que de ella se ha hecho. Queda menos de un mes para que todos tengan que asumir que sólo una mutualización de la deuda, a través del acuerdo del resto del estado puede alumbrar una solución para la GV.

A mi amigo, el seguimiento de la crisis griega con el resto de Europa no le reconforta. Lo pone como ejemplo de lo que puede ocurrir, en estos tiempos, cuando se ganan unas elecciones de forma épica, pero sin tener pensado lo que hacer al tener responsabilidades de gobierno. Hace meses muchos sentimos simpatía por Syriza al proclamar su voluntad de afrontar una situación muy crítica; hoy intuimos en ella un episodio más del empedrado cielo de las buenas intenciones. La desmoralización empezó al constatar que el plan del grupo de Alexis Tsipras, se reducía a negociar con palabras altisonantes procedentes de académicos tan populares en la red y apuestos ante las televisiones, como carentes de argumentos que pudieran ser aceptados por sus socios europeos. Todo parece reducirse a diferencias de criterio entre economistas sobre la forma de entender la relación entre las diversas reformas y el entorno macroeconómico. Desgraciadamente, es una discusión tardía, ya que los griegos han padecido durante años un cansino y familiar guiñol compuesto de una deuda impagable, de reformas de modelo que nunca llegan y de compromisos en el límite que sacuden una vez tras otra la estabilidad del euro.

Grecia es un estado independiente y nosotros una autonomía, le digo, no hay que abusar de las comparaciones. Sin embargo, los hechos están aquí. Hemos sabido de reuniones del Consejo de Política Fiscal y Financiera, donde la GV entraba en situación de default y salía con otra milagrosa ampliación del FLA.

En Valencia empezamos a hablar de reestructurar la deuda que afortunadamente ya está en manos del Gobierno central y no en las de los bancos. Él me dice que es igual a lo que les ocurre a los griegos, que ya no deben a los mercados, sino a gobiernos europeos, Banco Central Europeo (BCE) y FMI. Es parecido, continúa, a lo que ha hecho el Ministerio de Hacienda con el FLA de la GV: reducir interés y extender períodos de carencia, pero no es suficiente.

Su arriesgado paralelismo le indica que con el actual stock de deuda, Grecia necesitará más alivios y la mayoría de los políticos europeos en silencio lo aceptan, siempre que no surja un incumplimiento caótico nacido al borde del precipicio. El arrullo de un desenlace entre Syriza y los acreedores europeos sería el símil para los efectos de la incapacidad para un pacto entre valencianos. El Gobierno griego tiene cuentas que pagar y no hay dinero para hacerlo y están recurriendo a medidas desesperadas, como ordenar a los gobiernos locales que traspasen dinero al banco central para ganar un par de semanas. Al final, Grecia no podrá pagar, sin un acuerdo con sus mecenas europeos. Una situación con analogías inevitables en la futura GV respecto al Ministerio de Hacienda.

A pesar de la magnitud del problema, o precisamente por ello, los grupos políticos valencianos se han puesto de perfil como si el problema de la deuda del día siguiente fuera el problema del otro. Menos mal que esta deuda tiene la virtualidad de ser la base de unos pactos que hoy sabemos, encuesta tras encuesta, que son inevitables. Nuestro ciudadano puede tener que acabar votando de oído, sólo basado en sus intuiciones y simpatías, sabiendo que ninguna de ellas garantiza rigor alguno en el que basar su decisión. Le preocupa que aquellos que quieren gobernar, en lugar de haberse planteado una decisión que supere el estrecho jardín de sus respectivos grupos políticos, hayan decidido limitarse a usar contundentes y vacíos eslóganes electorales para no asumir la responsabilidad necesaria y no saber explicarla a los ciudadanos. Desgraciadamente, frente a este problema sólo se diferencian entre ellos por la sonoridad de sus voces y por el tributo al populismo que dos vacuas armas inevitablemente ligadas a toda campaña electoral, cuya liturgia es incompatible con debate responsable alguno sobre temas de desagradable final.

Con la deuda de la GV no hay muchas alternativas. Todos los candidatos saben de su gravedad pero ninguno tiene la altura política de reconocer su incapacidad para afrontarla en solitario. Han decidido aplazar este reconocimiento público para el día siguiente, que inevitablemente será el día de inicio del gran pacto. Si no fuera así, la alarma de mi amigo sería algo más que pesimismo.

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