El estallido del caso Rato (semejante, en bastantes aspectos, al caso Pujol, salvo en la confesión del afectado) ha hecho temblar los cimientos de Moncloa, ante un escenario probable (el castigo electoral que sufrirá el PP en numerosas comunidades y ayuntamientos; solo hay que saber de qué magnitud) y otro posible: que Rajoy no solo no gane las elecciones de fin de año, sino que la formación entre en una dinámica de descomposición semejante a la protagonizada por la Unión de Centro Democrático en 1982 (cuando pasó de 168 diputados, tres años antes, a 11).
Hasta ahora, la estrategia era clara: semiamortizados los casos de corrupción más graves (Gürtel y Bárcenas), el equipo de Mariano Rajoy confiaba en que la progresiva mejora económica, traducida en descenso del paro, generaría un PP vencedor en los comicios de noviembre, aunque sin mayoría absoluta. Su primera posición y el miedo a la alternativa de Podemos le permitiría elegir socio, entre el PSOE o los centristas modernos de Ciudadanos.
Sin embargo, la detención de Rodrigo Rato, exvicepresidente económico, exdirector del FMI y dirigente histórico del partido, a partir de la filtración de un informe de la Agencia Tributaria sobre sus posibles irregularidades económicas, ha hecho crecer el temor entre las filas populares (con la excepción, quizá, del propio Rajoy) de que al PP no le baste con la incierta mejora económica (los recientes datos de paro la confirman, pero con niveles altos y una proporción creciente de trabajadores pobres „temporales, con bajos sueldos o a tiempo parcial). Faltan siete u ocho meses, pero lo que se percibía como un escenario ligeramente soleado (por la economía) puede tornarse negruzco (ante una corrupción desbordada).
