Con el 25 de abril vuelven nuestros recuerdos de la batalla de Almansa „«quan el mal ve d´Almansa a tots alcança»„ y la revolución de los claveles en Lisboa. Volver a Portugal es como pasear por la memoria. Pasear por sus calles secretas, donde, por la noche, nadie pasea, mientras la sombra del poeta, y la música lejana del fado, nos acompaña. Es en la noche cuando la música nos reconforta, nos da vida, hasta que aparece el día. Pessoa nos dice que el fado es la música del pueblo, una simple melodía que consuela y acaba en un sentimiento.

El fado se escucha en las callejuelas de Vilanova de Gaia en Oporto, que conducen al Duero, o en los barrios humildes de Alfama y Alto de Lisboa, cantado con «saudade», melancolía desconsolada, ante la desconfianza en un futuro mejor, cada vez más lejano, que les hace mirar con nostalgia el pasado. La cantante Dulce Pontes, en su recopilación dedicada al fado, nos habla de la historia de su familia artística. En la fotografía de portada, aparece la madre, Amalia Rodrigues, o el amor „«si yo supiera que muriendo tú me habías de llorar, por una lágrima, por una lágrima tuya, ¡qué alegría! me dejaría matar»„ y el padre, Zeca Afonso, la fraternidad „«en cada esquina un amigo, en cada rostro igualdad». La música del fado, el fatum, destino, entronca, como en nuestro caso, con el pasado islámico de ambos pueblos y encuentra su expresión más vital en la solidaridad de sus gentes.

Las ideas no perdonan, advierte el primer premio Nobel de Literatura en lengua portuguesa, Jose Saramago; o vivimos con arreglo a ellas, o ellas se rebelarán contra nosotros. Somos la lengua que hablamos, pertenecemos a esa tierra, tenemos esa identidad, la hablamos o acabaremos por perderla. Una lengua es el faro desde el que se divisa el mundo y al cual se contempla desde la lejanía. Si la lengua portuguesa muestra inquietud por su futuro, la nuestra, el valenciano, en peligro más evidente, hace oídos sordos a miles de personas que, año tras año, desde Escola Valenciana, claman por su defensa ante quienes cuestionan un racional consenso y apoyo. Maria del Mar Bonet nos canta «si et desperta una veu de matinada, no has de dubtar, aquesta veu només pot ser la meua, un sol país tenint un sol llenguatge».

Con el respeto que corresponde a las diferentes variantes regionales, nuestra lengua merece el apoyo de todos quienes la estimamos, mostrando el consenso necesario para reconocer a nuestros clásicos y asegurar su permanencia. En Portugal, el proyecto Un océano de cultura, a través de lecturas y músicas procedentes de ámbitos distintos, trata de aproximar realidades geográficamente distantes, como Angola o Mozambique, a través del puente de la lengua. ¿Cómo aquí, con realidades geográficas próximas, como Cataluña o Baleares, algunos se obstinan en negar que la lengua sea un puente entre identidades culturales?