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Sobrevivir a una despedida

Hay veces en las que necesito una excusa para ir al cine y ver una película. Y en esta ocasión, ante tal «peliculón» en cartelera, la excusa tuvo que ser de las buenas. Verán, hace tiempo que quería hablarles de un hecho traumático que ocurrió en mi vida hace algo más de diez años, recién entrada en la veintena. Las protagonistas de tal trauma fueron un grupo de alocadas treintañeras y una cantidad injustificable de diademas coronadas con penes de plástico que todas lucimos por igual en nuestras lindas cabecitas. A lo que iba, despedida de soltera en Alicante de una amiga de la infancia. Esas que dicen ser sus amigas le organizan un fiestón donde no falta de nada, más bien sobra de todo. Sobran sobre todo... penes. Una noche donde cada nuevo despropósito supera al anterior y donde las ganas por retirarles la palabra a las que dicen ser tus amigas supera también a la repulsión que sientes hacia los penes duros de boys musculados en exceso.

Desde aquel momento, cada vez que alguna se casa, rezamos el mismo mantra: Penes no. Ante tal historia, entenderán que llamara mi atención el filme Cómo sobrevivir a una despedida. Porque ante un título tan directo una creía que las protas de la peli iban a ilustrar a las futuras novias sobre cómo reaccionar ante disfraces absurdos, litros de alcohol metidos con embudo y penes, de goma y de los de verdad. Las altas expectativas creadas por los infinitos anuncios en Antena 3, las apariciones en El Hormiguero y hasta en el informativo de la noche hicieron que la peli me pareciera igual de graciosa que un chiste de Barragán. Aunque cierto parecido con la realidad de las despedidas de soltera si guarda. En la peli, como en la vida, las amigas organizan la mega fiesta sin contar con los gustos de la novia, abunda lo soez y falta el sentido común. El cine es demasiado caro y hasta que no venga el señor Albert Rivera y baje el IVA cultural, le recomiendo elegir bien en qué gastar su preciado dinero.

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