Esquerra Unida ha decidido que sus candidatos a las elecciones del 24 de mayo aparezcan en los carteles oficiales sin retoques de «photoshop», naturales y con las arrugas que tenga cada uno. Juegan con la ventaja, bien lo saben, de que ni Ignacio Blanco ni mucho menos Esther López tienen «patas de gallo» ya que aún disfrutan de la lozanía de la juventud.
Es curioso cómo los aspirantes a los puestos más relevantes de las instituciones comparecen ante los ciudadanos con su perfil natural hasta que se acercan las elecciones. Entonces, afectados por una fiebre que bien podría denominarse «Belén Esteban» se dejan pintar la cara como una puerta y esconden ante los focos todas las marcas que sus vidas les han dejado en el rostro o la papada.
Un caso digno de estudio es el candidato del PSPV a la Presidencia de la Generalitat, Ximo Puig. Es un tipo normal, cercano, simpático, con mucho recorrido personal y político, que tiene un perro que se llama «Pancho», al que sus hijos sacaron de una perrera. Podría ser el vecino de la puerta de al lado en cualquier finca. Sin embargo, su equipo de campaña, o quien haya sido, ha decidido que su imagen no sirve para los carteles electorales, y ha fotografiado y reproducido a otro señor con diez años menos y un aire que nada tiene que ver con el Puig de carne y hueso. La imagen no lo es todo, pero es importante y fija conceptos. Media España cree que Carlos Fabra es un chulo porque siempre lleva gafas de sol, ignorando que con ellas oculta la cuenca vacía de uno de sus ojos, consecuencia de un accidente en la infancia.
Los candidatos han de transmitir a los ciudadanos lo que son, su verdad sin artificios. Solo así obtendrán su confianza, y muy especialmente ahora que la sensibilidad está a flor de piel sobre la figura del político, su comportamiento, sus bienes o su forma de vida. No hace falta que todos sean como el expresidente uruguayo José Mujica o Beyoncé. Sólo que sean personas en las que los demás puedan reconocerse.
