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Jesús Civera

Harina para las encuestas

Un pequeño inciso para enriquecer el debate, como diría el sabio economista: los recién cocinados sondeos electorales del PP, salidos del horno calentitos, ya no son un atentado contra la inviolable supremacía de la «casta». Se esfuma la progresión imparable de Podemos, se congela Compromís, Ciudadanos se supera a sí mismo, el PSPV retiene/ aumenta su caudal de votos y el PP raya el gobierno sumando a Ciudadanos. El hechizo sobre los nuevos actores políticos se diluye y cobra fuerza la estampa de un Palau reflejada sobre su estática línea gótica: el dominio lo retiene el que lo ostenta hoy, o por esas orillas anda la cosa. En el cuartel general del PP insisten en privado: una cosa son las encuestas que se publican, y otra, la fotografía última -y positiva- de ese elaborado hervido de datos. En manos del PP ha de imitar la perfección, pues se juega un Perú. La resistencia del PP a la claudicación es ostensible. La crecida del partido de Rivera, por ejemplo, supone un desafío para el PP, que ha cambiado de estrategia y optado por el combate. Hasta el momento, el PP pensaba que los votos -sus votos- huidos hacia Ciudadanos eran «beneficiosos», altamente felices: al menos no se marchaban a la abstención o no contribuían a ampliar el espectro del PSPV. Ahora ese partido ha percibido lo mismo que advirtió Mefistófeles ante la presencia de Fausto: que el abismo está cerca y el peligro no es una broma. Ante la infausta amenaza de que el partido del Ibex -como lo llaman las élites- suplante a medio plazo al propio PP, relevándole, la formación en el gobierno, tras muchas divagaciones, ha decidido convertir la asepsia esterilizadora en un peristáltico ardor guerrero. De ser contemplado Ciudadanos como la Venus de Botticelli se ha transubstanciado, para el PP, en el horror del retrato de Savonarola pintado por Fra Bartolomeo. Y eso sin amainar el debate circular surgido del conflicto entre un elemento político estable y un fenómeno inédito que le enseña las uñas y golpea su biotopo natural. La misma controversia que, ante su vertiginoso crecimiento, sufre también Ciudadanos frente a su cabeza de lista a la Generalitat, Carolina Punset. El partido de Rivera no se libra de la tensión eléctrica que se produce entre el nuevo aparato que comienza a sostener los andamios de la organización y algunos cuadros nacidos del rápido alumbramiento -y como tal, angelical- de la formación política de raíz catalana. El choque resulta ineludible. La maquinaria de Ciudadanos va por una parte, y su líder, por otra. Punset es un palco proscenio sobre una arcadia más o menos poética mientras sobre su sombra se va ahormando un pragmatismo profesional poco dado a literaturas y ficciones. Ahí están los Alexis Marí para establecer cuál es el plano y cuáles son los puntos cardinales. Y para situar el velero de Punset -sin motor, todo ecológico o natural- hacia un rumbo definido.

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