Quizás son los británicos, por su historia y tradición democrática, los más capaces para expresar seriamente cómo son con el añadido de un gran sentido del humor. Su actual campaña electoral está resultando un monumento a la impostura. Los laboristas se presentan como adalides de la responsabilidad fiscal y los conservadores como el espacio natural de las clases trabajadoras. Una especie de carnaval repudiado por buena parte de la población británica cansada de verse con cara de imbécil y que se dispone a abandonar este biparty dando su voto a otras opciones políticas. Entre tanto, el liberal Nick Clegg se considera ya bisagra para negociar un futuro gobierno contra el caos a la espera del resultado de los nacionalistas escoceses. Cualquier parecido con la realidad española es pura coincidencia.

La tradicional clase política británica intenta recuperar el respeto del ciudadano en un país en el que se dimite por no pagar a tiempo una multa de tráfico. Nada que ver con las conductas de buena parte de nuestros dirigentes políticos que siguen confiando en que el voto es más consecuencia de la emoción que de la razón. Solo es necesario mirar el resultado en Andalucía o las últimas elecciones en la Comunitat Valenciana para darnos cuenta de que buena parte del voto no supone un premio o un castigo a la buena gobernanza.

Rato (Matas); Bárcenas, Pujol, Millet; Chaves, Granados, Griñán; Camps, Cotino, Castedo y Milagrosa. Un equipo champion con un amplio banquillo y extensa cantera que además tiene y obtiene el apoyo de su afición y es capaz de seguir llenando buena parte del estadio. Si es así ¿con qué cara nos veremos mañana en el espejo?