El lado malo de la abundancia son las basuras. Hace cincuenta, cien años las ciudades estaban más limpias que ahora. Bien es verdad que no había tan buenas instalaciones de higiene y saneamiento, los cuartos de baño completos eran la excepción y las industrias no tenían sistemas de depuración, pero había menos gente y menos industrias. La sociedad de consumo de masas nos trajo la posibilidad de la singularización de los productos y, con ella, su envasado y para satisfacerla se creó el omnipresente plástico que, según parece, va a ser el causante de nuestra asfixia urbana. Los plásticos tienen miles de años de vida, no son biodegradables y requieren de operaciones especiales, y costosas, para su destrucción. En forma de basura, contenedores desechados, botellas, envoltorios, material sustitutivo de los más perecederos vegetales acompañan ya al hombre en su camino de progreso y probablemente serán la huella más visible de nuestra civilización cuando otras, en el futuro, exploren como éramos, como vivíamos.

La industria de recogida, acopio y transformación o destrucción de los desechos es ya una de las más importantes y concita la atención de nuevos y viejos capitalistas. Las leyes de protección del medio ambiente empiezan a exigir una manipulación de las basuras casi tan sofisticada como la producción de los objetos y crecientemente costosa pero, a su lado, hay una cuestión de educación ciudadana. Acostumbrar a la gente a no tirar la basura al buen tuntún, recogerla clasificada y entregarla en su lugar apropiado es todavía más complicado que mantener el ejército de recogedores y limpiadores que han sustituído a los antiguos carros de la busca.

Los consumos juveniles no llevan incluído instrucciones de uso. Mantener limpia la ciudad requiere cada vez más parte de los impuestos pero no ocupa lugar alguno del curriculum escolar. Hubo incluso una época en que estaba bien visto pintar las paredes y los transportes de grafitis y algunos merecieron quedarse allí como arte pero la mayoría son sólo vandalismo y suciedad. Algunos pedagogos pesimistas dicen que hacen falta tres generaciones para educar a un ciudadano. Y para colmo, la concesión municipal de las basuras es en ocasiones objeto de corrupción.