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Ficción española

Para poder enumerar cuáles son los problemas de la ficción española televisiva haría falta el espacio que ocupan tres periódicos y puede que aún nos quedáramos cortos. Sin duda, uno de los principales es la calidad de los actores. Crematorio, una de las mejores series españolas que se ha hecho nunca, se hundía cada vez que la impostada Alicia Borrachero abría la boca o cada vez que Juana Acosta no aparecía vestida de animal print. Luego tenemos los guiones, en general muy flojos y adaptados al bajo nivel de exigencia del espectador ibérico. A El Ministerio del Tiempo, por ejemplo, se le pidió que ajustara el nivel de sus tramas porque corría el riesgo de que resultaran demasiado complejas.

Dando por sentada esas dos premisas y asumiendo que el nivel de los actores suele adecuarse a la perfección al de los guiones, las series españoles también pecan de algo muy nuestro: la chapuza en los pequeños detalles.

Recuerdo que en el primer capítulo de Víctor Ros aparecía el protagonista de pequeño y lo hacía con zapatos limpios y una camisa más blanca que el vestido de una novia el día de su boda, lo cual resultaba sorprendente si nos querían hacer creer que el niño casi vivía en la calle a finales del XIX. En las series de época sorprende la iluminación y así, en Isabel, por ejemplo, da la sensación de que hubiera sido el mismo Alfonso Rus el que hubiera inundado de lámparas led los escenarios interiores. En Vis a vis con un mínimo trabajo de documentación previa nos hubiéramos ahorrado los uniformes de las reclusas o las celdas con cuatro personas (prohibidas ambas en la legislación española) y la serie hubiera ganado en realismo y seriedad.

En España hay magníficos profesionales en vestuario, iluminación, documentación o efectos especiales. Solo hace falta que alguien invierta en ellos.

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