Quien piense, sin más, que Vicente Betoret es un producto originario de la patria de Alfonso Rus, su herencia más destacada, quizás debe reencontrarse con su ojo crítico. El Betoret que contemplamos hoy, sentado en la baronía provincial, es la elaboración precisa de una alianza que empieza por Rita Barberá, continúa con Isabel Bonig, sigue con José Císcar y acaba en un «rusismo» en plena explosión. Esa alianza la podríamos prolongar hasta Javier Moliner sin ningún esfuerzo añadido. Son los dirigentes que van a arropar a Betoret en plena travesía del desierto, o al menos le van a ayudar a no estrellarse. En la otra orilla -digámoslo de manera figurada- el «fabrismo» abunda en la idea de consagrar a Elena Bastidas como su referencia última en las tareas provinciales. Bastidas, tal vez sin su permiso, ha sido elegida para dar la batalla en la conquista del territorio: presidenta de la diputación, si Dios y las urnas quieren, y ungida por tanto con el incienso para disputar el feudo provincial del PPCV. Es obvio: todo depende del 24M. Pero, aún así, el 24M refulge con unas claves elementales. Si el PPCV no logra la Generalitat, por la vertical de Fabra descenderán todos los rayos y centellas del cielo valenciano y de parte del español. Los barones, en cambio, resistirán en sus parcelas, guarecidos ante el drama desatado. Y para resistir -y ellos lo saben- es imprescindible una alianza sólida. La han urdido. Betoret forma parte de esa estrategia que no es solo de resistencia porque también se enfrenta a frivolidades objetivas emandas del Palau. Bien. No es que Fabra no haya pensado en Catalá para organizar un contrapoder pero la consellera apenas dispone de territorio, y en la naturaleza de los juegos de poder es imprescindible -al menos en la teoría clásica- observar los dominios y supremacías con las aritméricas al uso. Dicho esto, conviene recordar enseguida la eventualidad de las hipótesis y los movimentos en el PP. Hay diez horas de grabaciones en el caso Rus. ¿Se puede hacer algún plan así?
