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Matías Vallés

La extraña muerte de Osama ben Laden

Un periodista solitario se enfrenta a la heroica versión oficial de la ejecución del líder terrorista, avalada por la Casa Blanca y por Hollywood.

Los lectores de la London Review of Books, tal vez la publicación cultural más distinguida del planeta, debieron enarcar una ceja al toparse esta semana con una exclusiva planetaria. Apenas tuvieron tiempo de disfrutar sin el estrépito de la jauría mediática con la narración alternativa del lobo solitario Seymour Hersh, sobre la ejecución o «asesinato» de Osama ben Laden. La propuesta alternativa del doble premio Pulitzer y agitador perpetuo de las aguas del conformismo estadounidense descuartizaba la versión proclamada por Washington. A partir de ahora habrá que barajar la teoría de que la jaleada labor de investigación de la CIA y la sacrificada actuación de las fuerzas especiales en territorio hostil no fueron más que un chivatazo fraternal de la cúpula militar paquistaní, que también autorizó la eliminación a domicilio del fundador de Al Qaeda.

Las pruebas que aporta Hersh en un dilatado extracto de un futuro libro distan de ser incontrovertibles. Sin embargo, poseen la coherencia indudable del ganador de un Pulitzer ligado a dos acontecimientos con asientos de honor en la historia universal de la infamia del último medio siglo. El periodista de Chicago, hoy con 78 años a cuestas, desentrañó la matanza de My Lai sin pisar Vietnam y documentó las torturas de Abu Ghraib sin pisar Irak. Su descripción del pacto entre Estados Unidos y Paquistán para el «asesinato» de un Ben Laden desarmado y desahuciado como líder terrorista no solo se enfrenta al heroísmo reivindicado por la Casa Blanca. También aspira a desacreditar la visión canónica de Hollywood, saldada con cinco nominaciones a los Oscars para La noche más oscura de Kathryn Bigelow.

La oda a la tortura contenida en la película se complementa con la contribución innegable de la Casa Blanca a su guion, hasta el punto de que la oposición republicana acusó a Obama de divulgar secretos de Estado a mayor gloria de su imagen cinematográfica. Para el espectador sin ínfulas, Hersh intenta derribar la escena más emotiva de La noche más oscura, en que la espía Jessica Chastain certifica la identidad de Ben Laden al descorrer la cremallera del saco que contiene su cadáver. Según la propuesta avanzada ahora por el periodista, el rostro del inspirador del 11S estaría completamente desfigurado, porque los tiradores de élite no habrían ahorrado munición para liquidarlo. El extenso artículo no solo aspira a desmontar el discurso del presidente estadounidense, también desafía la narración ofrecida incluso en dos libros por los comandos que se disputan la autoría de la ejecución.

De hecho, el talón de Aquiles de la versión oficial no se halla en la operación militar, pese a que el helicóptero Black Hawk estrellado durante el asalto adquiere perfiles cómicos si la violación del espacio aéreo de Paquistán estaba amañada con los militares que controlan el país asiático. La incertidumbre se dispara al abordar la extraña peripecia del cadáver de Ben Laden. Los relatos discrepantes convergen en que el terrorista más famoso de la historia no iba a salir con vida del ataque a su residencia en un enclave militar, por lo que la estancia del saudí hubiera sido inviable sin la tolerancia de las autoridades paquistaníes. Sin embargo, el muy oportuno lanzamiento de sus restos mortales al mar desde un barco militar estadounidense se convierte en una píldora difícil de digerir, tras las dudas arracimadas por Hersh. El cuerpo lavado y amortajado según las especificaciones del Islam, sin una grabación de vídeo que recoja el momento histórico de su entrada en contacto con las aguas, suena hoy al deseo de ocultar más que de olvidar. Máxime cuando Obama y Hillary Clinton siguieron en directo el «asesinato» desde la Casa Blanca. A continuación, fundido en negro.

El individuo contra el Estado es el sueño americano, se trate de Snowden o de Hersh. Sin embargo, los chivatos tecnológicos como Manning o Assange han acostumbrado a los lectores a revelaciones sustentadas en una abrumadora documentación. También en esta excepción sobresale la soledad del periodista, que ha lanzado su bomba informativa sobre Washington desde una seria publicación británica. Practica la investigación de vieja raigambre, con desgaste de suelas. Cita a fuentes situadas en la cúpula del espionaje, ya jubiladas pero cuya identidad no desvela. Esta indefinición favorecerá los ataques contra su interpretación disolvente, porque el patriotismo de los medios de masas estadounidenses ha sido asfixiante al jalear las aventuras asiáticas de su país. En la siguiente vuelta de tuerca sobre la extraña muerte de Ben Laden, ¿seguro que era él?

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