El otro día, María me decía que estaba sorprendida por el último sondeo del CIS. No se explicaba por qué las encuestas daban ganador al Partido Popular, a pesar del desmantelamiento del Estado del Bienestar. No entendía por qué la gente seguía creyendo a Rajoy después de haber gobernado de espaldas a su programa. Probablemente, la derecha perderá la mayoría absoluta „me decía„ pero seguirá gobernando, gracias al beneplácito de Ciudadanos. Luego „concluía María„ seguiremos con las políticas de austeridad; a pesar de que la formación de Albert Rivera se declare «liberal en lo económico y progresista en lo social».

Mientras veía al líder de Ciudadanos en el Chester de Pepa Bueno, me acordé de las palabras de María. Me acordé porque Rivera dijo que su partido es «liberal y progresista». En días como hoy, todas las formaciones políticas del espectro nacional son liberales y progresistas. Liberales porque vivimos en un Estado de Derecho y contamos con una economía de mercado. Progresistas, porque la Constitución reconoce el Estado de lo Social y, por tanto, el bienestar. Luego, resulta una obviedad política, calificar a C´s de «liberal y progresista». Es una perogrullada, como digo, porque desde que existe el Estado social, democrático y de derecho todos los partidos son liberales y progresistas. Y lo son por mandato constitucional. Llegados a este punto, cabe que nos preguntemos en qué se diferencian la izquierda y la derecha.

La principal diferencia reside en la dosis de liberalismo y progresismo, permitido por las mismas. A mayor cantidad de liberalismo, o dicho en otros términos, a más mercado y menos Estado, más derechización. Y viceversa, a menos mercado y más Estado, más políticas del bienestar y, por tanto, más izquierda. Así las cosas, la derecha defiende sociedades competitivas, basadas en el mérito y el esfuerzo. Sociedades con menos injerencia del Estado en las decisiones privadas. Esto estaría muy bien si todos fuéramos altos, guapos y fuertes. Ahora bien, ¿qué sucede con los bajos, feos y débiles? Que sufren en silencio el abandono de su Estado cuando más lo necesitan. En los países donde manda la derecha hay más desigualdad social. Ello es así porque la función de gobernar se convierte en poner a disposición de lo privado, las condiciones necesarias para que los leones marquen su terreno.

Así las cosas, para saber si el partido de Rivera es de izquierdas o de derechas es condición necesaria averiguar si su balanza se inclina hacia el Estado o el mercado. Aunque la mayoría de los mordiscos de Ciudadanos se los lleva el pepé, lo cierto y verdad es que cuando les oyes hablar „a los representantes de C´s„ es difícil saber del pie que cojean. Es difícil porque en su política de pactos, el abanico es tan amplio que pueden bailar con la fea en un momento dado. Ante esta incertidumbre de desconcierto ideológico, muchos indecisos esperan a que Rivera mueva ficha en Andalucía. Esperan para saber si su voto se viste de gaviota o de puño socialista. Si Ciudadanos votara a favor de Susana Díaz, probablemente regresarían a su nido los votantes que creyeron que Albert era de derechas. Por ello, para evitar males mayores, lo más inteligente, para los intereses partidistas, sería que Susana fuera investida después de las locales. Sería lo más inteligente, como digo, para no perder un puñado de votos de cara al día 24, pero lo menos ético para la democracia. No olvidemos que Albert militó en el pepé. Luego, por sentido común y coherencia ideológica, lo normal sería que votara en contra o se