Las elecciones en la Comunitat Valenciana han dejado un mensaje claro. Hay que saber pactar y hay que saber gobernar. Bien es verdad que el listón en ambos casos lo ha dejado muy bajo el Partido Popular. La nota más destacada la ha puesto Compromís, que con un esfuerzo transversal ha logrado un resultado espectacular incluso en la castellana Villena, en donde nací, que le convierte en la tercera fuerza política municipal a escasos votos de su inmediato antecesor.

Pasar de las musas al teatro no va a resultar tarea fácil en una comunidad económicamente quebrada y que en esta última legislatura ha basado su fama en los casos de corrupción y mal gobierno. En la reflexión inicial de uno de sus libros, Eduardo Galeano señala la proclama insurreccional de la Junta Tuitiva de la ciudad boliviana de La Paz que data de 1809: «Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez». Lamentablemente, a raíz del escrutinio, hemos escuchado declaraciones de algún líder empresarial valenciano que no han mejorado el silencio y que son demostrativas del escaso nivel de inteligencia que no guarda relación con las posiciones en sus cuentas bancarias.

Se abre ahora una nueva oportunidad para que los valencianos, en las próximas elecciones generales, podamos tener una voz reconocida y prestigiada en las Cortes Generales que defiendan nuestros intereses sin tutelaje, tal y como lo han venido haciendo vascos y catalanes. No es preciso relatar los fracasos, públicos y privados, del llamado poder valenciano en Madrid. En una democracia, el poder lo dan los votos y en las Cortes el número de parlamentarios. Tanto echar de menos un partido regionalista o nacionalista y ha resultado que se nos aparece sin que sus votantes o sus líderes hayan comenzado por invadir la propiedad privada o quemar iglesias. La derrota de los valencianos siempre ha estado ligada a la victoria ajena gane quien gane en Madrid.

Es tiempo de generosidad y de apartar las telarañas de los prejuicios. La inestabilidad que muchos voceros del Gobierno predican es la inestabilidad de la corrupción, de las malas prácticas, de la desigualdad y de la injusticia. A poco que se diga la verdad, la Comunitat Valenciana ha estado sometida a la mentira e incluso a la falsificación de su propia historia. Insignes apellidos como Villalonga, Fuster o Reig, por decir los más próximos, han sido silenciados de manera torticera para que los valencianos fuéramos verdaderos sirvientes del poder central.

Como pura curiosidad por nuestros símbolos traslado aquí un párrafo de la Gramática de la Real Academia Española de la lengua, editada en 1890 e impresa en Madrid por Viuda de Hernando que en su introducción dice así: «Y aunque no pueda negarse que la lengua castellana no ha prevalecido totalmente sobre los otros pueblos que habitan la Península Ibérica, puesto que no solo los portugueses que forman monarquía aparte, sino también los vascongados, los gallegos y los pueblos de habla catalana (Cataluña propiamente dicha, Valencia y las Islas Baleares) conservan su antiguo lenguaje y le cultivan literariamente€». Así se ha escrito nuestra historia más reciente y el resultado de las últimas elecciones nos da una nueva oportunidad para que con los votos y un buen gobierno podamos situarnos en el lugar que nos merecemos como un pueblo capaz, honrado, alegre y serio a la vez.