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Matías Vallés

El candidato era Rajoy

El presidente del Gobierno se presentaba a las elecciones locales y autonómicas, a menudo lesionando las expectativas de los candidatos oficiales de su partido.

Rajoy es el único gobernante de que se tiene noticia que aborda una campaña al grito de «estas elecciones no deberían celebrarse». Ocurrió en los prolegómenos de las andaluzas. Con estos ánimos, imploraba prácticamente el desfondamiento electoral del PP. En contra de su voluntad de desentenderse de lo que ocurre en su país, el presidente del Gobierno se presentaba a las elecciones locales y autonómicas, a menudo lesionando las expectativas de los números uno en las listas oficiales de su partido. También las derrotas demócratas en el Congreso estadounidense se anotan en el debe de Obama, y no se necesita un sondeo para concluir que el pasado domingo hubo más votos contra Rajoy que contra sus delegados regionales. Por tanto, era el candidato.

No abundan los estadistas que viajan a una parte de su territorio y se quejan de que allí se celebran «demasiadas elecciones», una denuncia incompatible con la democracia. Rajoy proclamó este exceso sin sonrojo en Cataluña. No puede extrañarse de que el PP se reduzca a continuación de ocho a tres concejales en Barcelona. Esta representación simbólica será rubricada según todas las previsiones en las catalanas, que tampoco deberían celebrarse en atención al presidente del Gobierno. Según los sondeos, Rajoy perdería hoy hasta las elecciones a la comunidad de vecinos de La Moncloa. Al día siguiente, convocaría una rueda de prensa a regañadientes para recordar que no tiene la culpa y exorcizar a quien le demandara la sombra de un cambio.

Apremiado sobre el paro y la corrupción, Rajoy replica enfurruñado que «no acepto lecciones». «No acepto elecciones», sería una fórmula más exacta. Su alergia a las urnas puede explicarse porque ha perdido todos los comicios desde que accedió a La Moncloa, empezando por las andaluzas de 2012 en que se relamía ante la inminencia de la mayoría absoluta. En la resaca de la decepción, el presidente del PP ha depurado la técnica de admitir equivocaciones pero distanciándose de cualquier responsabilidad. «Se cometieron errores», generalizaba el portavoz de Nixon en el Watergate antes de la caída presidencial. Y Rumsfeld resumía la desastrosa gestión de otra campaña, la liberación a muerte de Irak, con un sucinto «stuff happens». Pasan cosas o todo puede pasar, el lema de Rajoy.

La referencia al belicoso ministro de Defensa estadounidense no es aleatoria. Rajoy iniciaba su mayo aciago en Toledo con una expresión marcial, «para poder decir más pronto que tarde a nuestros compatriotas: misión cumplida». Por lo menos no se disfrazó de paracaidista, como George Bush al proclamar la «misión cumplida» de una invasión de Irak que se estancaría durante años y en la que ni los más optimistas hablarían de la culminación de los objetivos planteados. Además, la prosopopeya del presidente del Gobierno suena impropia en un político al que Bush expulsaría de su rancho si se le ocurriera poner los pies encima de la mesa al estilo Aznar.

Visto el resultado electoral, será más tarde que pronto cuando Rajoy pueda proclamar su «misión cumplida». De hecho, un porcentaje creciente de cargos del PP estima que se ha cumplido con creces la vigencia del presidente del Gobierno al que le molesta el exceso de elecciones. Pablo Iglesias se nutre del votos del PSOE, pero amenaza a los populares. El debate que nunca se producirá entre el presidente del Gobierno y el líder de Podemos apuntaría a un claro ganador. Máxime cuando el partido conservador no se da tregua en sus vínculos con la corrupción. A la semana siguiente de las elecciones municipales, Génova recibe otra factura millonaria por las andanzas de Bárcenas, el tesorero promocionado por el actual presidente del PP.

El candidato era Rajoy en las autonómicas, pero el pretérito verbal también indica que la sensatez desaconseja su candidatura en las generales de noviembre. Nunca pensó que se enfrentaría en solo cuatro años al dilema de la dimisión preventiva de Zapatero, que hoy debe contemplar con envidia cómo Ada Colau y Manuela Carmena se adentran desacomplejadas en la jungla que detuvo al último presidente del PSOE. Ningún primer ministro salido de las urnas ha gobernado una única legislatura, y el actual titular ya solo puede confiar en el mantenimiento de la estadística. Iglesias ha reconocido que el desmantelamiento del bipartidismo es un proceso más lento de lo esperado. Rajoy solo aspira a que las obras de demolición no sean especialmente ruidosas, para que pueda concluir su larga siesta sin sobresaltos.

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