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Corrupción y cabreo

Me resisto a creer que nuestros políticos son tan corruptos porque también nosotros lo somos en la misma medida, aunque alguna correspondencia tiene que haber. Lean, si no, el bien razonado artículo de Javier Caraballo en El Confidencial, «El espejo falso de la corrupción». Creo en cambio que sí puede enunciarse algo así como una ley universal de la corrupción que diría (más o menos): los elegidos tienen todos los vicios de los electores, más algún otro que son capaces de inventar por su cuenta, más los que se derivan de dar dinero y poder a gente con el alma de goma, incapaz de reponerse de un éxito.

Nosotros confiamos en que no nos cobren el IVA, en que nuestro concejal nos quite la multa o emplee al chico, y luego llega Serafín Castellano y le pagan, presuntamente, la cacería, el almuerzo, la escopeta, la limonada y el abanico, el lecho, la munición y hasta el sombrero con plumilla. Y eso que a priori no hay nada, para aspirar a la inocencia en España, como ser serafín y, además, castellano. A lo que iba: si la rebelión regeneradora no es cierta „y es muy posible que no lo sea, aunque nos agrade suponerla y hasta imaginarla„ queda algo así como un cabreo difuso porque hay demasiados parados, porque los jóvenes emigran y se tienen consideraciones con los bancos que no gozan, ni de lejos, otros integrantes del tejido productivo. Porque el dinero no corre.

Todo eso y, además, cierto anhelo de novedad, más impaciente en los jóvenes que se han encontrado las vías del protagonismo social, cultural, laboral, obstruidas por culos gordos y viejos largo tiempo apesebrados. Si la idea de novedad les parece frívola, piensen en EUPV, que ha hecho una magnífica labor de denuncia „la tarea de la oposición„ y no se ha comido una rosca porque es percibida como una alternativa vieja, doctrinaria y dedicada a peleas intestinas muy sangrantes. Más que la conducta impoluta, ciudadanos de todas las tendencias, pijos incluidos, reclamarán de bipartitos y tripartitos que den juego, no se lancen la vajilla y hagan las cosas razonablemente bien. Con algo de pulcritud, sí.

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