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Derecha bronquista

La derecha española „y la valenciana como mera delegación„ es muy bronquista y no sólo cuando pierde unas elecciones, sino incluso cuando las gana, lo cual es sumamente raro en el mundo mundial y me recuerda a esos pobres aficionados de algún equipo periférico „el Depor o el Valencia„ que cuando ganan una Liga, en vez de disfrutarlo tan largamente como permitan los tiempos, se dedican a denigrar al Madrid (o al Barça), que no diré que no se lo merezcan, pero la denigración es incompatible con el goce, allá ellos. Cuando Zaplana obtuvo la mayoría relativa, durante los dos primeros años, en vez de contarnos sus proyectos „pagarle en negro a Julio Iglesias, ampliar con Les Arts la Ciutat de Les Ciències (de modo que la deuda se convirtiera en un agujero sin riberas) y desfondar las cajas de ahorros„ en vez de eso, digo, nos contaba lo malos que habían sido los del PSOE.

Sorprendentemente, les salió bastante bien (con la colaboración de los socialistas, todo hay que decirlo), pero la bronca, entonces, como antes y después, estaba garantizada: como en el 2004, cuando la victoria de Zapatero fue presentada como la alianza de etarras, izquierdosos y yihaidistas. Como ahora mismo con el alcalde de Valladolid encadenado a la poltrona contra sentencia judicial y la tercera edad del barrio de Salamanca, Madrid, clamando contra Podemos. Y eso que sólo ha obtenido la mitad de los votos que obtendrá, presumiblemente, en las generales. Y es que se lo ponen muy fácil: ¿cómo es posible que se metan con una abuelita tan encantadora como Manuela Carmena, que se salvó de la escabechina del despacho de los laboralistas „1977„ y, por tanto es una elegida de los dioses (y el electorado)?

A la gente con baraka no se la desafía: muchos cristianos ignoran lo que saben los moros. Esto me recuerda al empresario, con cierto protagonismo cuando el pacto del pollo que tenía un equipo de fútbol en l´Horta y pagaba, además, dos mil pesetas a un propio encargado de acosar al árbitro y llamarle «¡fill de putaaaa!» sin parar. «¿Quan pare?», preguntaba el acosador cuando ya se sentía agotado. «Quan jo el diga», respondía el patricio.

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