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Matías Vallés

Cambio de cromos

Soy adicto a las entrevistas de políticos. Ahora devoro las declaraciones postelectorales de los candidatos. Sin embargo, en cuanto recitan la cantinela de que «el pacto no es cuestión de nombres, sino de programas», dejo de leer. Les recomiendo que hagan lo mismo, incluso que afilen su memoria para negarles el voto a la primera oportunidad. Los aspirantes a gobernar que estos días predican desde una estomagante superioridad moral que «lo importante no es el alcalde o el presidente», o que «hay líneas rojas que no traspasaremos», ya han empezado a engañarnos.

Joaquín Garrigues, el único liberal español, sostenía que «un político que no desea presidir el Gobierno de su país es un imbécil». Hay un especimen de esta fastidiosa saga que me irrita particularmente, el que presume de que «no habrá un cambio de cromos». Se expresa desde el tono admonitorio de quien se dirige a seres inferiores que incurrirían en este trueque vicioso. Pues bien, el juego democrático es eso, un juego. Los intercambios de efigies de futbolistas o actores que pueblan nuestra infancia resumen el mecanismo de trueque en curso en municipios y autonomías. Se baraja una serie de nombres, se arriesga uno de entre ellos y nos echamos a temblar.

Ningún político presume de que la geometría de los pactos «no será una partida de ajedrez». Al fin y al cabo, el noble pero también caprichoso juego monárquico dispone de un pedigrí que los practicantes del analfabetismo ilustrado vetan al populista «cambio de cromos». Por supuesto, al final se desentienden del ritual ajedrecístico que no dominan y se enzarzan en una batalla para imponer sus egos respectivos. Clinton recordaba que la política consiste en gobernar y nada más. El sendero para lograrlo atraviesa una jungla azarosa. ¿Recuerda usted cómo conquistó a su actual y feliz pareja? Es muy probable que no intercambiaran programas antes de llegar al beso iniciático. En todo proceso humano reina la anarquía, pero somos el animal que mejor disimula.

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