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Agitación política

Aunque la política produce cada hora media docena de motivos para detestarla „vean, si no, los personalismos y movimientos tácticos que agitan la escena valenciana„ no hemos inventado nada mejor para organizar la convivencia. Las ordenanzas militares están bien dentro del cuartel y todos los jemeres rojos y camisas pardas acaban por tomar la tonalidad negro betún. De los salvadores de casino, líbranos, Señor. Y si la política les parece mal, tendrían que echar una ojeada a las iglesias, las doctrinas (presuntamente) reveladas, la organización de las empresas, la explotación de los recursos y otros desconsuelos. Mejor no.

Frente a la política se erigen los técnicos, los llamados imperativos de la economía, los contables, que sólo sirven „cuando sirven de algo„ para cuantificar ingresos y gastos y para disimular la cuenta de resultados, si no se ha cambiado las bragas. La economía pequeña, la de la gente, sí es algo perentorio. Quienes tenemos empleo o no nacimos como Sinué, el egipcio „«con estiércol entre los dedos»„ ni siquiera imaginamos lo que significa buscarse la vida, pero en la sociedad, cualquier decisión que implique el gasto de más de cien euros, es política. ¡Qué digo! El periódico cuesta 1,20 y comprar éste o el otro, es política. La única forma de que la política no nos asfixie, es hacerla con cierto sentido, mesura y exigencia. Y, a veces, de forma inaplazable.

Claro que entonces llega el FMI y recomienda abaratar el despido, pagar dos veces las medicinas y no sé si restablecer el cinturón de castidad para que la gente no disperse energías y alcancemos, a través del más riguroso ascetismo, el esplendor de la riqueza (interior). Todo esto nada tiene que ver con cuentas objetivas, claro, sino con la ideología, o sea, otra vez con la política, terreno en el que la banda organizada del PP aterrizó agitando la bandera de la empresa libre, pero luego multiplicó las empresas públicas, ensanchó sus plantillas, las saquearon, colocaron a la famiglia y se clavaron en el culo la navaja de Okham al multiplicar los entes sin ninguna necesidad, pero con harto provecho.

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