Tras las elecciones, Gregorio reunió en su casa a los filósofos del pasado. Desde Grecia llegaron Platón y Aristóteles. El primero portaba La República. El segundo, La política, un compendio sobre leyes, ciudades y revoluciones. También asistió Maquiavelo, un funcionario italiano que se hizo famoso „después de muerto„ por El príncipe, un tratado sobre el oficio de la monarquía. Mientras tomaban café y alguna copa de güisqui, llegó un señor de aspecto desaliñado. En sus manos llevaba Das Kapital, una crítica ácida al juego sucio entre opresores y oprimidos. Adam Smith y Keynes fueron los últimos en llegar.

Mientras Gregorio hablaba con Platón acerca de los resultados electorales, Aristóteles charlaba con Keynes sobre la necesidad de llegar a un acuerdo justo para la gobernanza del ahora. Maquiavelo, por su parte, veía con buenos ojos la propuesta de Esperanza sobre «el frente antiPodemos», con tal de arrebatar la alcaldía a la jueza «populista». Marx discutía acaloradamente con Smith. Discutía, porque no compartía la idea de «la mano invisible del mercado» como la opción más adecuada para el bienestar de la gente. Sin la intervención del Estado „decía„el rico es cada vez más rico y el pobre, más pobre. Es necesario que los indignados de Hessel tomen conciencia de clase, destronen a la derecha a través de Podemos y, una vez en La Moncloa, devuelvan el poder a la gente. Solo así estaremos más cerca de alcanzar el comunismo.

Para Platón, los gobernantes están legitimados para mentir «con el fin de engañar al enemigo o a los ciudadanos en beneficio del Estado». Nicolás estaba de acuerdo con él. «El príncipe debe mentir si hiciera falta, con tal de mantener intacta la hojalata de su corona». Para Aristóteles, por su parte, el buen político es el honrado. Los gobernantes y los ciudadanos navegan en el mismo barco; cualquier avería debe ser conocida por la tripulación. La mentira es sinónimo de felicidad ficticia. Felicidad falsa que se convierte en represalias y fuentes de conflicto, cuando es descubierta por la verdad, la realidad mundana.

La forma de Gobierno más justa „dijo Aristóteles„ sería una democracia; donde predominaran las clases medias y los ciudadanos fueran alternando las funciones de gobierno, para evitar la corrupción y el despilfarro. Gracias a esta fórmula, el reparto de la riqueza sería más homogéneo y se evitarían los principales conflictos sociales. La igualdad en el reparto de la riqueza „replicó el viejo Marx„ es una condición necesaria para la paz de los pueblos. Queréis decir „intervino Gregorio„ que las políticas neoliberales traen consigo crispación social. Sí, rotundamente sí „le contestó un enérgico Aristóteles. Un buen gobernante debe garantizar la felicidad de su pueblo. Algo difícil, queridísimo ateniense „replicó Gregorio„ si tenemos en cuenta que hay tantas felicidades como hombres en el mundo.