La reacción del PP después de los resultados electroales está traspasando, en muchas ocasiones, los límites de la mínima cordialidad democrática que se precisa en estas ocasiones. Muestra de ello es la desorientación de Fabra y posterior desautorización sobre el sentido del voto de su partido en la investidura del nuevo presidente de la Generalitat o la insistencia de Català en seguir ordenando el calendario de una consellería que en breve tendrá que desalojar. En medio de todo ese panorama, lo más preocupante han sido las palabras del ministro Montoro, que en ese tono que le caracteriza, ya ha amenazado con sanciones o con intervenir las cuentas de la Comunitat.

El órdago lanzado al futuro Consell por el ministro de Hacienda, tiene toda su justificación, en cuanto a la necesidad de mantener una línea de control en el gasto público. Pero a partir de ahí, hubiera sido bueno reconocer que el déficit «controlado» de Fabra es un desastre y nos llevará a triplicar el tope fijado para 2015, o más aún, sería deseable que desde Madrid empezaran a plantear un escenario de diálogo para abordar una profunda revisión de la infrafinanciación que tenemos los valencianos. Parece que Montoro está dispuesto a dirigir la Generalitat Valenciana desde su sillón en el ministerio y eso es un error, puesto que generará una situación de crispación y enfrentamiento institucional nada positiva.

El Gobierno valenciano debe respetar las líneas presupuestarias marcadas desde la UE, pero ha de tener la libertad para reorganizar y reestructurar el gasto público, afianzar las políticas sociales y generar nuevas expectativas. Imponer políticas de austeridad, o venir a confrontar derechos básicos con recortes sociales, no es una buen alternativa, puesto que como dicen los tribunales, cuando los gobiernos meten la tijera en el gasto, estas acciones no se puede evaluar exclusivamente desde el punto de vista de la ortodoxia presupuestaria, sin una adecuada ponderación sobre las consecuencias perversas que se derivan para la población afectada. En definitiva, es bueno saber perder, aprendiendo de los errores para mejorar, pero sobre todo, es más importante permitir que las reglas del juego democrático funcionen con normalidad.