Un nuevo Día Europeo de la Música nos lleva a una curiosa reflexión. ¿Qué ha aportado nuestra cultura musical a la Europa filarmónica? Pues bien: sorprende los protagonistas encontrados. Teóricos como Guillen Despuig (s. XV) o Antonio Eiximeno (s. XVIII) tuvieron, con sus publicaciones, un merecido reconocimiento internacional. Creadores como Luys de Milán (s.XVI) y Joan Cabanilles (s.XVII) elevaron sus instrumentos a niveles insospechados situándolos, definitivamente, en las crónicas de la música continental. Especial resulta el caso de Vicente Martín y Soler en el ámbito de la ópera del XVIII, tan italianizada como italianizante. Nacido en la Abadía de San Martín de Valencia, fue privilegiado en sus andanzas por Nápoles, Viena, San Petersburgo y Londres, solo algunas de las capitales rendidas ante sus partituras.

Poco difundida es la labor de José Melchor Gómis (s.XIX), quien nacido en Ontinyent, fue perseguido por sus ideas políticas teniendo que exilarse a París donde el triunfo de sus óperas, al igual que en Londres o Berlín, fue reflejado con no pocos elogios por la crítica de la época. La aparición de Francisco Tárrega, a mediados del XIX, fue providencial para rescatar del solar popular a un instrumento de escaso reconocimiento como era la guitarra, elevándolo a las salas de concierto.

Y ya en pleno siglo XX, las composiciones del saguntino Joaquín Rodrigo alcanzan la mayor repercusión obtenida por cualquier creador musical valenciano de todos los tiempos. Su catálogo vocal, instrumental y orquestal estuvo y está presente cada temporada en los grandes auditorios mundiales con maestros como Maazel, Frübeck de Burgos, Previn, Ormandy o Marriner y con solistas como Yepes, Williams, Bream, Paco de Lucia, Zabaleta, Achúcarro, Victoria de los Ángeles, de Larrocha, León Ara o Manuel Babiloni. Dentro de la música contemporánea destaca la labor internacional de José Evangelista (Valencia 1943), compositor residente en Canadá desde 1970 y cuya obra ha tenido reconocida presencia en Francia, Italia y Alemania.

Resulta, pues, reconfortante, el lugar reservado al talento de nuestros artistas entre los que no hay olvidar a interpretes del pasado como Elena Sanz, Bori, Penella, Cortis, Querol, Iturbi, Soriano, Amparo Lliso, Josefina Salvador o a jóvenes virtuosos como Antonio Galera (Valencia 1984), Luis Fernández (Valencia 1985), Jacobo Christensen (Valencia 2000), el percusionista Marc Aixa (Torreblanca 1991), colaborador del Concergebouw de Amsterdam o el compositor Francisco Coll (Valencia 1985), quien recientemente estrenó su ópera de cámara Café Kafka en varios escenarios británicos y que esta temporada escucharemos en Les Arst de Valencia.

Pero el oropel individual de estos músicos no debe cegarnos ante la evidencia de la realidad artística valenciana que está fundamentada, desde hace decenios, en el manantial de las sociedades musicales de toda la Comunidad cuyos miles de alumnos complementan su educación integral en un caldo de cultivo que constituye en la madera, el metal y la percusión, principalmente, un vivero efervescente de nuevas generaciones de instrumentistas que después ocuparán importantes atriles en orquestas españolas, europeas o norteamericanas. Sólo por eso habría que mimarlos con la misma generosidad que a la Orquesta de Les Arts.