Si quieren que les diga la verdad, me tienen aburridos los políticos con el cambio de cromos posterior a las elecciones del 24 de mayo. Da la impresión, que deseo equivocada, de que se habla más de sillones que de programas, no se explica tanto lo que se va a hacer, sino que se pelea por la cuota de poder que le va a corresponder a cada uno. Me parece que estos recién llegados están haciendo un curso acelerado de integración en la casta y algunos auguran aprobarlo cum laude. Que conste que no me parecen mal las coaliciones, que son algo normal en democracia aunque aquí no estemos habituados a ellas por haber vivido en un régimen bipartidista de hecho durante los últimos años, a veces con mayorías absolutas que tienen un precio muy alto pues a cambio de resultar cómodas para el gobernante lo alejan cada vez más del sentir de la calle y estimulan una especie de autismo satisfecho que luego se paga.

Ahora nos encontramos con un modelo italiano pero sin italianos, como con gracia y con acierto ha dicho Felipe González y eso quiere decir que estamos ante una experiencia nueva y que no hay que preocuparse porque a todo se aprende, aunque las nuevas coaliciones de gobierno adolezcan de entrada de dos males que no son menores. El primero es el síndrome de que contra Franco vivíamos mejor: esto es, una cosa es juntar voluntades en la causa común de evitar que continúe gobernando el Partido Popular y otra cosa ponerse luego de acuerdo en lo que hay que hacer una vez en el gobierno y garantizar que lo que se decida se va a hacer durante cuatro años; lo primero es mucho más fácil. El segundo problema es que estamos hablando de coaliciones regionales y locales cuando lo que de verdad importa a los partidos son las nacionales, que es donde está el poder, y por eso vemos lo que vemos: partidos que de ninguna forma quieren responsabilidades de gobierno en las coaliciones que ellos sustentan (con la sana intención de que sean sus socios quienes se desgasten), o partidos que salomónicamente apoyan a unos en un sitio y a los opuestos en el otro para no quemarse antes de tiempo y mantener abiertas todas las opciones con vistas a noviembre.

Mientras, en el PP cunde la indignación y el desasosiego ante la ingratitud ciudadana a pesar del buen trabajo hecho en sacarnos del agujero donde nos dejó Rodríguez Zapatero, sin darse cuenta de que lo que el electorado ha castigado ha sido la corrupción y la prepotencia de estos años. Ese es el cambio que la sociedad le demanda y a la vista de su reacción estos días no estoy seguro de que lo hayan comprendido y vayan a ponerle remedio con seriedad.

Y como estoy aburrido e imagino que a muchos de ustedes debe ocurrirles lo mismo, me distraigo con otras noticias como la de que se ha encontrado en Cataluña el olivo más antiguo de España (con perdón), nada menos que 1701 años de ver pasar la historia por delante. Le llaman la Farga de Arión, que me parece un nombre precioso con resonancias medievales, y está en Ulldecona, Tarragona, una de las tres provincias en que los romanos dividieron Hispania: Tarraconense, Hispalense y Lusitana. ¡La de cosas que nos podría contar si tuviera ojos como esos árboles sagrados de Juego de tronos!: nació en el año 314 después de Cristo, en tiempos del emperador Constantino, el que nos dió ciudadanía romana a los celtíberos e impuso el cristianismo como religión del imperio. Luego le pasaron por delante godos de diferentes pelajes, árabes y bereberes, la Reconquista, los Reyes Católicos, el Imperio, los Austrias, la Guerra de Sucesión, los Borbones, la invasión napoleónica, el nefasto siglo XIX, la Guerra Civil, el franquismo, la Constitución de 1978 y la transición. Su vivencia es nuestra propia historia.

Además, me gusta que tenga nombre porque no todo lo tiene y eso es una muestra de cariño. Uno pone nombre a lo que quiere como los hijos y las cosas que le son cercanas como las mascotas y animales de compañía, las montañas que te llenan los ojos al despertar, las campanas que repican en las fiestas y funerales que pautan tu vida, los relojes que medían nuestro tiempo antes de usar el móvil para consultar la hora e incluso las casas en las que vivimos, aunque en este último caso el nombre dice mucho sobre el grado de cursilería del propietario porque no es lo mismo «Villa mis sueños» que «Ca´n Tófol», pongo por caso. Con las embarcaciones pasa algo parecido y basta dar una vuelta por cualquier marina para comprobarlo. Confieso que pensar en estas cosas me distrae más que el baile de sillones de los políticos que, para más inri, con el sistema de listas cerradas no conozco a casi ninguno.