Nos estamos instalando en ese verano de sol, calor y moscas y, por tanto, las noticias en este campo brillan por su ausencia. El otro día estuve en una actividad nocturna organizada por la casa rural «El Castellot», en lo que para Carolina Punset debe ser una de esas irredentas «aldeas» que hablan valenciano llamada Alpatró. Esa «aldea» forma junto a otras llamadas Benirrama, Benialí, Benisivá, Benitaya, La Carroja, Llombay y Benisili un término municipal llamado Vall de Gallinera. Este municipio alicantino está en una zona sorprendentemente húmeda y montañosa y tiene unos 600 habitantes, que tienen el «vicio» de hablar valenciano, y ello no les impide hablar también castellano e incluso inglés, porque es un municipio que recibe a bastantes visitantes extranjeros, procedentes de la cercana Costa Blanca. La actividad aprovechaba el solsticio de verano y un entorno incomparable, el Barranc de la Encantà, un pequeño rincón húmedo ubicado en el municipio de Planes, para explicar distintas leyendas vinculadas con brujas y otras creencias sobrenaturales, con la base histórica de las magníficas pinturas del arte rupestre levantino que abundan por este entorno, la presencia de los «irredentos» moriscos hasta su expulsión definitiva, y la acción de la temida Inquisición. Crea o no uno en estas cosas, fue una actividad magnífica, con base histórica, geográfica y climática, en una noche llena de estrellas. Evidentemente la leyenda que más me atrajo de todas las que se contaron, en valenciano, fue una que decía que una mujer de uno de estos pueblos, fallecida hacía sólo unos 40 años, era capaz de cortar las malas tormentas con un cuchillo. Lo que más me atrae de estas historias es su recóndita base científica y, sobre todo, su valor patrimonial, la muestra del viejo intento del hombre por predecir y controlar el tiempo. Lo de la base científica es que la mujer sólo intentaba cortar las tormentas que salían desde una dirección determinada, por detrás de una de las montañas que rodean este valle, porque eran las que solían traer pedrisco, pero no cortaba las buenas tormentas, las que traen la siempre necesaria lluvia de los entornos mediterráneos, aunque fuera más o menos torrencial. Es una historia «aldeana», lo sé, sin base científica alguna, pero me encanta, gracias Silvia Faus por contar tan bien estas historias.

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