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El Dux era un político

La gran literatura es aquella capaz de reflejar, y a veces hasta de resolver, episodios dramáticos de la vida que al jugar con la condición humana tienen vigencia casi eterna. Cuando Shakespeare escribió El mercader de Venecia no podía saber, desde luego, que su tragedia daría cuenta bastante fiel de lo que sucedería entre los prestamistas y Grecia cuatro siglos y pico más tarde. ¿Qué ocurre cuando se llega a una situación límite en la que hay que elegir entre los derechos del prestamista y la existencia del deudor? Aunque en la obra de Shakespeare la cosa se complica muchísimo, el núcleo está en la decisión del Dux de Venecia, que para superar el dilema acepta una interpretación del contrato un tanto forzada, leguleya y oportunista. Lección: hay conflictos que sólo se superan mediante una ficción que fuerce los límites de la norma, salvando el fuero sin que rompa el huevo.

La política debe tomar tierra. La fórmula «donde hay un gran problema coloca una pequeña urna» es un principio de pura democracia. Aclaro: creo que la Unión Europea es necesaria, que para que exista debe haber un poder político central que marque las líneas básicas de la economía, entre ellas la definición de los grandes equilibrios, y que los países de Europa deben ajustar sus políticas a esas líneas básicas. Ahora bien, el problema es que hoy ese poder central padece un grave déficit democrático, y las instancias que deciden de veras no han sido elegidas por los europeos en las urnas. Eso nos diferencia de naciones como Estados Unidos, y, como secuela, eso diferencia las concretas políticas económicas de Europa de las de países como EE UU, que suelen ser un mix entre lo económicamente necesario y lo socialmente posible. Siendo esto así, debería verse el referéndum griego como un paliativo periférico del déficit democrático de Bruselas.

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