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El drama feroz para los griegos, para su país, para Europa entera de la crisis de Grecia cobra en ocasiones tintes de comedia. Así sucede tras sacarse Tsipras de las mangas de su chaqueta de presidente ese conejo del referéndum de pregunta enrevesada, no vaya a ser que algún votante la entienda. Sobre la dificultad de hacerlo está el sentido mismo del referéndum. En una entrevista posterior destinada a explicar a los griegos y, de paso, al resto de los europeos de qué va la cosa Alexis Tsipras precisó que lo que él quiere es que gane el «no, pero sí». No a la solución de la crisis que las instituciones malvadas „la extroika„ quieren imponer a Grecia, pero sí a seguir con la negociación desde posturas tácticas mejoradas porque esa negativa ganada en el referéndum le daría al presidente nuevas armas capaces de forzar condiciones más favorables para la renovación del rescate.

Semejante maniobra pone de manifiesto hasta qué punto cabe perder los papeles cuando se está bajo presión, y tanto Tsipras como Grecia y las instituciones europeas tienen cada vez más peso encima. Tal como sostiene la célebre conversación entre Alicia y el conejo que creó Lewis Carroll, las palabras no significan lo que uno desee; en especial, unas tan simples y rotundas como un sí o un no. De triunfar el no, lo que tiene Tsipras en la mano es la coartada para oponerse a esa solución que a lo largo de toda la semana última se nos decía que estaba a punto de lograrse. Pero después de todo lo llovido, y de los barros que se han levantado, es más que dudoso que los negociadores del Eurogrupo den por bueno un recurso tan simple. Hay discrepancias acerca de lo que supondría de manera casi automática una victoria del no en el referéndum griego de aquí a cuatro días. El ministro alemán de finanzas, Wolfgang Schäuble, ha dicho que un no deja a Grecia aún dentro del euro pero abundan quienes hablan ya de manera abierta del plan B en caso del rechazo en referéndum a la solución del Eurogrupo. Semejante plan B supone dejar que Grecia quiebre y se las arregle en adelante con su propia moneda.

Como un panorama así da escalofríos, quizá deberíamos centrarnos en la parte menos dolorosa del pase de magia de Tsipras. Llevar a referéndum la propuesta europea, y más aún con la pregunta que se somete a votación, es lo mismo que pedir a los griegos que sean ellos quienes decidan lo que hay que hacer. Cabe imaginar que si el Eurogrupo modifica las condiciones del nuevo rescate habrá que volver a preguntar a los ciudadanos griegos si les parece bien. Como eso es muy engorroso, quizá sería mejor llevarles a todos a Bruselas para que negocien directamente. Cuando quede claro que hay dificultades importantes a la hora de trasladar al conjunto de la ciudadanía griega y meterla en un hotel será el momento de entender que la democracia se inventó para que los elegidos por el pueblo lo representen. Sin recurrir a triquiñuelas cuando uno no sabe cómo hacerlo.

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