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Javier Cuervo

Si pregunta, ¿molesta?

Por lo que se oye, no puede ser mejor un referéndum que una decisión tomada de noche por dos partidos de toda la vida, conocedores de las sensibilidades que hay que tener y las directrices que hay que seguir, avalados por la legitimidad que dan, en ocasiones, un gobierno desgastado y una oposición sin esperanza. Pero si un referéndum está bien planteado, con tiempo para conseguir la aceptación de las partes visibles e invisibles, incluidas las que no están convocadas para votar; con un plazo para que un equipo de expertos contratado ex profeso redacte una pregunta que no se entienda en absoluto o que se pueda entender de forma equívoca; si además se limita un lapso para organizar toda la estructura mediática necesaria para distribuir un miedo o un énfasis que llegue a todos los rincones del electorado, si es lo que interesa, o a un porcentaje de favorables que salve la vergüenza? si se puede lograr todo eso, sea: consúltese al pueblo.

Si las elecciones se convocan para ganarlas, pese al riesgo de que el voto se disperse en varias direcciones, ¡cuánto más los referendos que se enuncian para decidir en una sola dirección y que, por tanto, contiene el riesgo de los dos sentidos opuestos!

Nadie puede saber ahora si el gobierno de Syriza hace bien en convocar un referéndum en una semana para ver qué quieren hacer los griegos con las condiciones que les exigen la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo, las instituciones antes conocidas como «la troika». Dependerá de los destrozos que produzca y en qué barrio caigan pero todos los inconvenientes que se le ponen a la consulta popular son reversibles y serían ventajas si se jugaran en el campo contrario. Así que sigamos atentos hasta dónde aguanta esa cuerda que nadie quiere cortar, porque lo que pasa siempre ya nos lo sabemos y sus consecuencias no es que nos hayan traído muchos beneficios.

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