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Unión sin cabeza

La lectura europea correcta del referéndum griego sería que la UE no puede seguir así, o sea, como una Unión sólo a medias, sin un cúpula regida por el principio de soberanía popular „dotada de un poder legitimado en las urnas por todos los ciudadanos de Europa„ sino por el de soberanías dispersas sometidas al albur de los elementos nacionales dispersantes de izquierda y derecha. Sin embargo esa lectura radical (que va a la raíz) ni se ha hecho ni tiene traza de hacerse. Bajo un criterio de simetría, nada impediría que ahora Angela Merkel convocara un referéndum para que los alemanes decidan si siguen pagando los platos rotos en Grecia. El salto adelante que la situación pide es superar los nacionalismos nacionales y empezar a construir un nuevo proyecto europeo más avanzado, que deje atrás aquellos de una vez. Pero en la escena política no se ven actores con carácter para encabezarlo.

El político no es (sólo) un contable. Jürgen Habermas tiene 86 años y, como les pasa a algunos filósofos en la cuarta edad, se ha vuelto un hombre francamente peligroso para el sistema. Su reciente artículo sobre la crisis griega, pulcro y bien asistido del lenguaje económico, debería ser un aldabonazo. Lo que viene a decir, en suma, es que hay un momento en que la política debe estar por encima de la economía. Desde luego, esto no se puede generalizar, porque al final siempre hay que hacer cuentas, pero el político debe distinguir entre la gestión de las cosas, que es su trabajo diario como administrador, y el manejo de las situaciones de emergencia. En éstas entra en juego otro sistema de valores, y requiere que el político disponga de esos valores en su acervo. Los dirigentes de la UE quizás no sepan que en esta crisis no se juega sólo el futuro de la UE, sino el suyo propio como clase política.

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