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La paradoja, la trampa, si se quiere, de la democracia parlamentaria consiste en que durante la campaña electoral los candidatos han de decir y ofrecer lo que los ciudadanos quieren para luego, cuando ya han sido elegidos, hacer aquello que al pueblo no le gusta. Sucede en la derecha y en la izquierda: se acentúan las posturas, se difuminan los matices para dar un mensaje lo más claro y mentiroso posible pero, claro es, la realidad de la gestión política diaria termina por imponer su ley. Ni siquiera el populismo logra escapar a esa trampa como podrá comprobarse a lo largo de estos días en el caso más extremo de los que vivimos hoy: el referéndum de Grecia. Tal como sucede en toda negociación, cuando uno de los adversarios no acepta la oferta ha de hacer otra alternativa. ¿Cuál?

Será que la naturaleza humana es más tozuda que las propuestas ideológicas. Cabe llenarse la boca de condenas al nepotismo y darle luego los cargos al marido o al sobrino. Cabe maldecir las leyes que despenalizan el aborto para disimular más tarde dejándolas casi igual. Cabe negar el rescate para de inmediato pedirlo. Se trata de que hacerse con el poder y ejercerlo son objetivos que se refieren a momentos diferentes, acciones que exigen de estrategias distintas. Con la mayor trampa de todas colgada del eslogan permanente de que, si me votan, esto va a cambiar. Con la crisis económica el panorama político parecía haber sido puesto patas arriba; el fin del bipartidismo, se dijo en España. El fin de la dictadura de la troika, se proclamó en Grecia. Pero los lectores fieles saben lo que dijo Lampedusa y los demás, los que citan de oídas, adaptan su sarcasmo a la conveniencia. Es preciso que algo cambie para que todo siga igual: la frase sirve para cualquiera de los descosidos y los rotos que terminan por ser remendados.

De la mano de Lampedusa llegan quienes saben que no habrán de cambiar casi nada y quienes también lo saben pero aún no lo reconocen. Unos y otros coinciden en que necesitan decir una cosa y hacer la contraria porque las reglas del juego obligan a que sea así. La fórmula antilampedusiana consistiría en cambiar sólo un detalle para obtener una revolución completa. En el caso griego, por ejemplo, soltar amarras volviendo al dracma. Pero, amparado por las cifras de su referéndum, Tsipras ha decidido acudir de nuevo a Bruselas exigiendo un tercer rescate sin precisar los detalles de sus compromisos. Es de esperar que, cuando se hagan públicos, podamos comprobar en qué medida se apartan de la letra y el espíritu de lo que el gobierno de Grecia apoyó al hacer campaña en favor del no. Igual sucede que el acuerdo, cuando se logre, está muchísimo más cerca de la propuesta del Eurogrupo; al fin y al cabo, lo que ofrecía por carta Tsipras el día antes de la consulta del domingo pasado también lo estaba. Sucede que las trampas son un mecanismo insistente del que no es fácil escapar.

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