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Agua de la fuente

Aunque uno de sus diagnósticos fuese que «cuando estás resfriado, tampoco la inmortalidad seduce tanto», en Las diez de últimas, que ha terminado por completar su legado, Krahe volvió a juguetear con la frontera: «Fuente que no dices que sí ni que no/quiero que hoy cuentes lo que yo te diga/ Tal vez recuerdos de antiguos amores/ tal vez de campana que tocan a muerto/y doblan por mí, sí ya lo sé/incluso triplican con muy mala fe/pero aún sigo el curso del día tras día/y de los delirios de la anatomía/Y, en esto una chica probando que aún vivo, me dijo: prenda, ¿qué haces por aquí/Su mano en la mía, por la vieja senda de los picos pardos/Gracias buen pinar, bosque complaciente que además das setas y agua de la fuente». Pero esta vez la partida de ajedrez ha quedado suspendida para los restos. Va a costar digerir no ver más al menudo irreverente fumetear a la puerta del Café Central o del Clan Cabaret en espera de dar con sus huesos en la segunda parte del recital. Él, que se largó de la España prehistórica porque no soportaba el ambiente y porque aquella chica canadiense acababa de convertirse en su imán perpetuo. De los tres años en el norte de Norteamérica curró cinco meses y, aún así, en el trabajo de librero leía mucho porque tenía tiempo libre también y «por eso me echaron, por leer». Porque como no se hartaba de repetir, «¿ustedes conocen a algún otro mamífero que trabaje? Por algo será». ¡Ay! Cuervo ingenuo, no fumar la pipa de la paz. Y fue, con su insobornabilidad, quien colocó al partido que transformó el país ante su primer fundido en negro, cruel antecedente de la posterior deriva. Que cuenten si no sus seguidores y los del tal Felipe cuál de los dos resulta a día de hoy más reconocible. A éste aún deben resonarle los acordes del pito carnavalero del prenda que se ha ido del modo que vivió, fiel a sí mismo.

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