Una de las facetas menos atendidas en lo que se ha llamado «nueva etapa de la política» es la impericia de algunos neófitos. Carolina Punset, por ejemplo, no parece muy ducha en el manejo de ciertas terminologías; no tiene la diplomacia que los gatos viejos han desarrollado con los años, y que les permite nadar y guardar la ropa en cuestiones tan peliagudas como la interminable pugna del valencianismo contra el catalanismo. Las altas y las bajas instancias de la política regional disponen, desde hace varios lustros, de una elaboradísima jerga compuesta de reticencias y eufemismos, de rodeos y de amagos, de atenuaciones y de medias tintas, de afirmaciones no afirmadas y de acusaciones oblicuas que ha logrado convertir en guerra incruenta el ancestral encono entre independentismo y españolismo, suavizando las formas y desplazando a un tercer o cuarto plano la pugna que crispó la vida valenciana durante varias décadas del siglo XX. En la sociedad actual, prácticamente desideologizada, el debate identitario y lingüístico es ya el debate residual, benigno, subterráneo que suelen ser los dilemas insolubles. El centralismo y el periferismo, no susceptibles de intersección, están condenados a convivir en un equilibrio permanente, con lo que no es recomendable que sus exabruptos „los de ambos„ vayan mas allá de la dialéctica subrepticia que utilizan los políticos experimentados. La torpeza de Carolina Punset, por tanto, no ha sido expresar su opinión, sino manifestarla de una manera tan clara y evidente, sacando la controversia del difuso y anfibológico plano que habitaba y despertando las iras de las minorías hipersensibles. Vivíamos en la beatitud arcádica de los dimes y diretes, en la fusteriana somnolencia digestiva que nos permitía ocuparnos de cosas prácticas, y Punset ha despertado las beligerancias obstructivas, la hostilidad absorbente que roba tiempo y energías a la gestión de la economía, condiciona la de la cultura y quita espacio informativo a las cosas importantes. De las aldeas y las españas, discordia vetusta y aplacada, no debe hablarse taxativamente, sino misteriosa, esotérica y sibilinamente.